martes, 1 de mayo de 2012

PERIODISMO PROSTITUYENTE


“Aumento del 12,5%  a todos los jubilados”. “Lanzan medidas para proteger la industria nacional”. No, no son titulares de Tiempo argentino ni de Pagina/12. Son de Clarín hace exactamente 4 años. Eran los últimos estertores de la relación amorosa entre el kirchnerismo y el Gran diario argentino. La ley de medios iba a terminar de alejarlos, ¿para siempre?... Nunca se sabe. Lo concreto es que hoy son ex cónyuges que no se soportan.
Cuando el gobierno de Néstor Kirchner necesitó ampliar su base de apoyo social recurrió a la seducción del más grande multimedios del país. Necesitaba a Clarín de aliado para construir poder. El pingüino había llegado a la Rosada con un helado 23% y con una renuncia enviada por fax desde La Rioja. El discurso histórico-político K estaba muy lejos aún de escribirse en las calles, en 6-7-8, en Fútbol para todos o en la red de medios y programas ideológicamente compatibles que hoy llenan muchos de los espacios de aire, papel y cyberespacio que frecuentamos. La etapa 2003-2007 del tándem Kirchner-Magnetto debe leerse en esos términos.
Llegó Cristina y con ella, la Ley de medios. Muchos creemos que esta iniciativa representa un salto cualitativo y sincero hacia la democratización de la palabra en el país. La ley se confeccionó cuando el kirchnerismo ya había logrado instalar su relato histórico en la sociedad. La prueba está en que se aprobó en una coyuntura de debilidad política, luego de la derrota de Kirchner en la provincia de Buenos Aires. Clarín ya era, entonces, un escollo en la consecución de la esperable consolidación de la democracia mediática.
El multimedios no se quedó de brazos cruzados. Con sus intereses económicos amenazados, se convirtió en el principal factor de contrapoder. Marcó la agenda de la oposición e intentó diagramar una estrategia para desplazar al kirchnerismo cuanto antes del poder. La muerte del líder patagónico postergó unos meses el plan, pero no lo abortó. La necesidad primera era aglutinar en una persona ese inestable equipo de dirigentes denominado oposición. El proyecto Macri chocó contra el pragmatismo de Durán Barba. El eterno lanzamiento del Lole se quedó en boxes. Lilita se desinfló y se pinchó a la par de sus teorías apocalípticas. Alfonsín nunca movió el sismógrafo de las encuestas y Duhalde, aún sin convencer a nadie, se convirtió en la última carta. La mano vino cambiada en las primarias y el único recurso que queda, de ahora en más, es el miedo. En eso están.
A fines de los años ’20, el diario Crítica, de Natalio Botana, inició una abierta campaña de desprestigio del segundo gobierno de Yrigoyen que culminó con el golpe de estado de 1930. En la década del ’60, Mariano Grondona, desde la revista Primera plana, logró ridiculizar y finalmente instalar el ambiente que promovió el derrocamiento del austero y digno gobierno de Arturo Illia. En 1976, ni Clarín ni La Nación ni La Razón lamentaron el golpe de estado militar que terminó con el gobierno de Isabel Perón. Estos ejemplos, y muchos más, demuestran que los intereses económicos y políticos movilizan las plumas y los teclados de nosotros, los periodistas, en tanto empleados de una empresa mediática. Esas empresas suelen defender la libertad de expresión como reaseguro del orden democrático. Poco les importa un pepino la democracia cuando su libertad de ganar dinero está en peligro.
La vida de Clarín, desde el 28 de agosto de 1945 a la fecha, hay que entenderla en esas coordenadas. Está dispuesto a ofrecer sus servicios siempre y cuando se le aseguren sus privilegios. De lo contrario, ni una concesión. Una especie de periodismo “prostituyente” que sonríe al mejor postor.

                                                           Gabriel Prósperi. Periodista.
                                                           2 de julio de 2011

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