
Cuando el gobierno de Néstor
Kirchner necesitó ampliar su base de apoyo social recurrió a la seducción del
más grande multimedios del país. Necesitaba a Clarín de aliado para construir
poder. El pingüino había llegado a la Rosada con un helado 23% y con una
renuncia enviada por fax desde La Rioja. El discurso histórico-político K
estaba muy lejos aún de escribirse en las calles, en 6-7-8, en Fútbol para
todos o en la red de medios y programas ideológicamente compatibles que hoy
llenan muchos de los espacios de aire, papel y cyberespacio que frecuentamos. La
etapa 2003-2007 del tándem Kirchner-Magnetto debe leerse en esos términos.
Llegó Cristina y con ella, la Ley
de medios. Muchos creemos que esta iniciativa representa un salto cualitativo y
sincero hacia la democratización de la palabra en el país. La ley se
confeccionó cuando el kirchnerismo ya había logrado instalar su relato histórico
en la sociedad. La prueba está en que se aprobó en una coyuntura de debilidad
política, luego de la derrota de Kirchner en la provincia de Buenos Aires.
Clarín ya era, entonces, un escollo en la consecución de la esperable
consolidación de la democracia mediática.

A fines de los años ’20, el
diario Crítica, de Natalio Botana, inició una abierta campaña de desprestigio
del segundo gobierno de Yrigoyen que culminó con el golpe de estado de 1930. En
la década del ’60, Mariano Grondona, desde la revista Primera plana, logró
ridiculizar y finalmente instalar el ambiente que promovió el derrocamiento del
austero y digno gobierno de Arturo Illia. En 1976, ni Clarín ni La Nación ni La
Razón lamentaron el golpe de estado militar que terminó con el gobierno de
Isabel Perón. Estos ejemplos, y muchos más, demuestran que los intereses
económicos y políticos movilizan las plumas y los teclados de nosotros, los
periodistas, en tanto empleados de una empresa mediática. Esas empresas suelen
defender la libertad de expresión como reaseguro del orden democrático. Poco
les importa un pepino la democracia cuando su libertad de ganar dinero está en
peligro.
La vida de Clarín, desde el 28 de
agosto de 1945 a la fecha, hay que entenderla en esas coordenadas. Está
dispuesto a ofrecer sus servicios siempre y cuando se le aseguren sus
privilegios. De lo contrario, ni una concesión. Una especie de periodismo
“prostituyente” que sonríe al mejor postor.
Gabriel
Prósperi. Periodista.
2
de julio de 2011
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