
El pueblo
unido de las cacerolas del 2001 no pidió por la eliminación de la represión de
la protesta social, ni por la nulidad de las leyes del perdón, ni por los
juicios a los genocidas, ni por la renegociación de la deuda, ni por la
estatización de los fondos de las AFJP, ni por la nacionalización de empresas
de servicios privatizadas, ni por la reactivación de la industria, ni por la
asignación universal por hijo, ni por la integración sudamericana y
latinoamericana, ni por la ley de matrimonio igualitario, ni por la
reactivación de paritarias, ni por la readecuación automática de los haberes
jubilatorios, ni por varios etcéteras más. Estos eran reclamos dispersos y
disgregados; tan disgregados y dispersos como nuestra sociedad. Pero
encontraron un soporte programático inédito en este tiempo histórico del
kirchnerismo.
Por
décadas, nos acostumbraron a los imposibles. Nos educaron en el NO. Crecimos
con la sumisión sellada en la frente. Pero si una lección debemos aprender de
esta época K es que todo puede hacerse con voluntad política. Un dictador y un
torturador pueden ir presos; dos homosexuales pueden casarse y tener hijos, y
tal vez, en un futuro cercano, ya no haya más IVA a los productos básicos o se
apruebe la legalización de la eutanasia o el aborto. La clave está en la
participación y el compromiso popular. La Argentina está para hacerla, no para mirarla
por TV.
Muchos
buscan explicaciones a la abrumadora diferencia de Cristina en las elecciones.
Sin dudas, puede haber motivaciones emotivas, estéticas y hasta éticas para tal
respuesta colectiva. Pero la raíz del fenómeno es evidentemente política. El proyecto
instaurado desde 2003 es un programa de ideas claras que – creo - sustenta un
conjunto de decisiones beneficiosas para la mayoría de la gente que habita este
país. El kirchnerismo es un camino en construcción permanente. Lo empezó Él, lo
continúa Ella y lo avalan 11.593.023 argentinos.
Gabriel
Prósperi. Periodista.
25
de octubre de 2011.
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