martes, 20 de diciembre de 2016

20 DE DICIEMBRE. ALBERTO

   Alberto Márquez tenía 57 años. Era robusto y convivía con la diabetes. Sin embargo, ya a la sombra de un árbol y luego de haber enfrentado los bastonazos de los azules, como en los viejos tiempos, rompió toda dieta y se devoró dos conogoles enteritos. Estaba contento y satisfecho: como peronista de ley había participado activamente en el día de la renuncia del radical De la Rúa. En un momento, bajó de la vereda al asfalto para ver mejor los enfrentamientos que aun se daban hacia el lado del obelisco. De pronto, dos autos frenaron a unos 30 metros de distancia, sobre la 9 de julio. Se bajaron varios hombres. Apuntaron y dispararon. Alberto atinó a darse vuelta, dio dos pasos y cayó. Manaba sangre de su boca. Marta, su mujer, lo sostuvo como pudo mientras le gritaba que no se vaya. Pero Alberto se iba. Un milagroso Fiat Duna rojo paró sobre el cordón. Alberto agonizaba. Lo subieron entre varios atrás. Marta subió al asiento del acompañante. El conductor del Duna arrancó pero no sabía para donde ir. El tiempo corría y la vida de Alberto se escapaba. Apareció una ambulancia. Un médico le hizo la primera revisión. No hizo falta más: miró a Marta, meneó la cabeza y esbozó una mueca de disculpa. Durante años, Marta volvería una y otra vez, sola, a la plazoleta de la 9 de julio, a ver si Alberto volvía.

20 DE DICIEMBRE. PETETE

  Carlos “Petete” Almirón cayó en la Avenida 9 de Julio y el cruce con Avenida de Mayo. Quedó encerrado entre una nube de gases lacrimógenos y una línea de avanzada de la infantería de la Policía Federal. Recibió una perdigonada en el pecho. Al mando de esa fuerza represiva estaba el Subcomisario Ernesto Sergio Weber, encargado del Cuerpo de Operaciones Federales. El padre de Weber también fue subcomisario de la Federal. En su época de “gloria” se lo conoció con el alias de “El Maestro” o “220”. También era  conocido como Armando o Rogelio. Ernesto Enrique Frimon Weber estuvo en Operaciones de la ESMA entre 1977 y 1978. Enseñó a los marinos a usar la picana eléctrica y participó de los secuestros de Graciela Daleo, Norma Arrostito y Alicia Milia. Además, y como corolario de tan suculento legajo, integró el grupo de tareas que emboscó al periodista Rodolfo Walsh en San Juan y Sarandí. Fue quien le disparó. Weber hijo no estuvo entre los acusados del juicio por los hechos del 20 de diciembre. En 2002, la jueza Servini de Cubría lo indagó por lesiones a manifestantes en la Plaza de Mayo y le dictó la falta de mérito. En julio de 2004 Weber participó activamente de la furiosa represión en la Legisltura porteña durante la protesta contra el nuevo código contravencional de la ciudad de Buenos Aires. Meses después, fue ascendido a comisario y quedó a cargo de la seccional 27ma. de Villa Crespo. Hoy goza de las mieles del retiro luego de entregarse durante años a su deber.

20 DE DICIEMBRE. DIEGO

   Aquella tarde, Diego se tomó el colectivo 24 rumbo al centro. Estaba solo. Quería bajarse lo más cerca posible de la Plaza de Mayo. Pero el movimiento represivo de la policía lo empujó hacia la 9 de julio, como a otras cientos de personas. Pasadas las 16:00 estaba a la vanguardia de un grupo que le hacía frente a la barrera de federales que retrocedía hasta Avenida de Mayo y Tacuarí. Disparos secos se escucharon desde la línea policial. Un motoquero cayó mortalmente herido (Gastón Riva). Casi al mismo tiempo, y unos metros más allá, Diego era despedido hacia atrás por un impacto de plomo en el pecho. Otros jóvenes que marchaban a su lado, lo vieron, lo levantaron y corrieron con él a cuestas hacia Bernardo de Irigoyen. Ya lejos del alcance policial, lo dejaron sobre el pasto, en una plazoleta. Diego apenas respiraba; apenas se movía. Los pibes que lo rodeaban pedían a gritos una ambulancia. La asistencia no iba a llegar a tiempo. 
   El 21 de diciembre de 2001, antes de que la claridad del amanecer acaparara la mañana, el paquete con los diarios ya estaba en el kiosco de la esquina de la casa de los Lamagna, el de los amigos de toda la vida de Diego. Cuando tomaron en sus manos el Clarín, la tapa los estremeció. El que aparecía en la foto, tirado boca arriba, era Diego, su amigo, ya sin vida.

20 DE DICIEMBRE. GUSTAVO

            Son las 16:22. La guardia de infantería retrocede hacia la Plaza de Mayo. Los efectivos de comisaría se repliegan luego de usar sus escopetas cargadas con plomo. Los manifestantes más osados avanzan. Saben que hay heridos; que hay muertos. Están enardecidos. Cuatro pibes de bermudas y torsos desnudos sacuden un cartel de señalización y lo arrancan de cuajo. Van con todo contra los blíndex polarizados. ¿Hay alguien adentro? Qué importa. No buscan hacer daño por el daño mismo: expresan el clímax de la bronca callejera contra el enemigo a la vez simbólico y real: la fachada de un banco transnacional. El blíndex sede y estalla. Al instante, se escucha una ráfaga de disparos. Y otra. Y otra. Los pibes del cartel y otros tantos corren despavoridos. Todos escapan, menos uno. Gustavo Benedetto está boca abajo y no se mueve. Lleva una bermuda y una remera en la cabeza. Está en cueros. La sangre empieza a brotar de su cabeza. Ya está muerto. La bala 9 milímetros atravesó su cráneo. La autopsia hablará de un sólo orificio de ingreso y salida. Cuando la balacera se apaga vienen en su auxilio otros jóvenes. Ya nada se podrá hacer. Una ambulancia del SAME llega al lugar a las 16:36. Volará por las calles incendiadas hasta el hospital Ramos Mejía. Pero el flaco de La Tablada, de 23 años, ya es la cuarta víctima fatal de la tarde.

20 DE DICIEMBRE. GASTÓN


            "La policía había retrocedido, parecía que no iba a volver, se diluyó ese cordón, por lo menos yo no lo veía a ese cordón, como le decía al principio, que para mí era de Guardia de Infantería. Y los manifestantes que estaban dispersos por 9 de Julio, en ambas direcciones, y sobre Avenida de Mayo en dirección al Congreso, se empezaron a concentrar y empezaron a venir para dirigirse a Plaza de Mayo. En ese momento, que yo ya estaba ingresado sobre Avenida de Mayo, en dirección a la Plaza, estos chicos que estaban en la esquina empezaron a ir en dirección a Plaza de Mayo por Avenida de Mayo. Yo me acerco y les digo: no vayan, porque yo tenía esa experiencia de lo que estaba pasando, que los cordones retrocedían y avanzaban y se daba esa situación de detenciones y de palizas. Y en eso, uno de estos chicos que avanzaba me dice "subí, subí, subí a la moto". Me subo a la moto, él iba andando muy despacito desde esa esquina que le señalo de Avenida de Mayo y 9 de Julio. Yo me subo a la altura de una boca de subte que hay. No me acuerdo cuántos metros habremos hecho, la moto iba queriendo retomar el centro de la calzada y yo ya voy mirando que a la altura de la primera calle, Suipacha, del otro lado, que es Tacuarí, surge un grupo de policías con las camisas blancas y uno de ellos veo que nos apunta, baja el arma, vuelve a apuntar y nos dispara. La persona que estaba hace ese movimiento: baja, vuelve a levantar y tira. En ese momento que tira, yo estoy viendo por detrás de la cabeza de este muchacho y veo que disparan. Se escuchan algunas detonaciones. Yo lo tenía a este muchacho de espalda, se siente como un movimiento de su cuerpo, él empieza a perder el control de la moto. No largó el manubrio de la moto, sino como que quedaron sus brazos sin control del manubrio. Finalmente, lo suelta y caemos los dos para atrás y la moto siguió unos metros más. Este muchacho cayó sobre la avenida de Mayo, longitudinalmente, con la cabeza hacia el Congreso y los pies hacia la plaza, en esa posición". Daniel Horacio Guggini no conoce a Gastón Riva. Pero no resiste la invitación y sube a su moto. ¿Cree que está más seguro, que puede escapar más rápido? No. Es un impulso. Un impulso que podría haber sido fatal para él. Y no lo será sólo de milagro. El cuerpo más robusto de Gastón recibe la perdigonada mortal. Daniel vivirá para contarlo... "Camisa blanca. Nos apunta, baja el arma, vuelve a apuntar y nos dispara".



lunes, 19 de diciembre de 2016

19 DE DICIEMBRE



            Son las 12:30 del mediodía hirviente. El auto negro importado estaciona pegado a la típica veredita de San Telmo. Dos custodios separan con sus gruesas humanidades a los fotógrafos y periodistas que quieren llegar hasta una de las puertas traseras. La cabeza semicalva del presidente se asoma. Una lluvia de roncos insultos lo recibe. Empujado por los guardias y por las circunstancias, Fernando De la Rúa ingresa a la sede de Cáritas. Durante una hora escucha reproches de sacerdotes, gobernadores, empresarios, sindicalistas y operadores varios. Cumplida la “misión-coraje” pergeniada por su “entorno-sushi”, el Presidente se levanta y se despide. Afuera, el auto está ahora sobre la vereda. Los custodios lo empujan adentro. El diluvio de insultos se convierte en un granizo de huevos y cascotes. El auto arranca y se lleva un recuerdo en la luneta: un piedrazo la destroza en miles de pedazos.

            A esa misma hora, en el barrio Las Flores de Rosario, unos 20 pibes reciben su única comida del día en la Escuela N° 756, “José Manuel Serrano”. De pronto, escuchan una furiosa balacera y el inconfundible ulular de sirenas policiales rodeando el lugar. “Pocho” se sube al techo de la escuela y grita: “Hijos de puta, bajen las armas que acá nada más hay pibes comiendo”. La respuesta es un certero itakazo a la altura de la traquea. “Pocho” cae muerto. A partir de ese instante, Claudio “Pocho” Lepratti será para siempre el ángel de la bicicleta. León Gieco lo inmortalizará en una cumbia:
“Cambiamos fe por lágrimas,
con qué libro se educó esta bestia
con saña y sin alma.
Dejamos ir a un ángel
y nos queda esta mierda
que nos mata sin importarle
de dónde venimos, qué hacemos, qué pensamos,
si somos obreros, curas o médicos.
¡Bajen las armas
que aquí sólo hay pibes comiendo!”
            David le dice a su mamá que se “va a la pile de un amigo del barrio”. Pero le miente. Se va a jugar más allá de la Villa 9 de julio, en Córdoba capital. Se reúne con unos amigos y terminan casi enfrente de un cordón policial que custodia un supermercado. De pronto, vuela una piedra, y otra, y otra. Suenan escopetazos. Todos corren, menos David, que siente que las piernas no le responden y se queda quietito al lado de un árbol. Tiene tres perdigones de plomo incrustados, uno en el hombro izquierdo, otro en el muslo derecho y el tercero a la altura de un pulmón. Lo llevan en un patrullero a una enfermería cercana. No hay caso: David no resiste. Su mamá y sus hermanos lo buscarán desesperados toda la tarde y toda la noche. Recién al otro día le dirán que David estaba muerto. Tenía 13 años.
            El supermercado se llama Bienestar. Sus persianas están bajas. Lo rodean decenas de personas que ya habían “visitado” otros locales de esa zona del norte rosarino. Un grupo se decide y ataca. Varios fogonazos salen de la escopeta de otro comerciante de la cuadra. El desbande es total, excepto por un cuerpo que queda tendido en el suelo. Se mueve por unos segundos hasta quedar tieso. Los hermanos de la víctima le avisan a su mamá. Y su mamá, va a la delegación municipal a pedir plata para comprar un cajón para despedir cristianamente a su hijo, Marcelo Pacini. Tenía 15 años.
            Yanina escucha gritos y corridas en la calle. Sabe que están saqueando el supermercado de la esquina. Mira a su alrededor y no ve a su hijita de dos años. Se acerca a la puerta a ver si salió. Apenas llega al umbral, una bala 9 milímetros le quita la vida. No hay ningún efectivo de la Policía rosarina procesado por el crimen. Hoy, su hija, que tiene la misma edad que su mamá al morir, no se cansa de golpear puertas y puertas y puertas para pedir justicia.
            La gente sale del mercadito con las manos llenas de lo que puede. De pronto, llegan varios patrulleros. Sergio los escucha frenar e intuye el peligro. Sale por la puerta principal, esquivando botellas y paquetes tirados. La agilidad de sus 16 años lo pone enseguida de cara al sol y a una escopeta apuntándole al pecho. De inmediato siente un fuego de infierno y cae boca arriba. Se desperterá días después, en un hospital. Nunca más volverá a correr. Un año sobrevivirá Sergio Perdernera a aquel balazo recibido a pocas cuadras de su casa en Villa El Libertador, en Córdoba capital. Sus papás no podrán costearle el tratamiento de rehabilitación. Morirá en su cama, parapléjico y con daños irreparables en su hígado.
            Roberto ve venir a una turba de gente corriendo hacia él. Y oye estruendos de escopeta. No le queda otra que seguir al grupo. Les tiran con balas de goma. Algunos tropiezan, heridos y siguen corriendo. Unos metros más adelante, otros policías disparan parapetados en las columnas de un edificio en construcción. Los perdigonazos pasan zumbando... Pero no todos son perdigones. Uno de esos policías no tiene escopeta y tira con su pistola reglamentaria. Roberto Gramajo cae, pero no se levanta. Su fornido cuerpo de 19 años no resiste. Le había prometido a un tío ir a visitarlo esa tarde a su casa del barrio Don Orione de Almirante Brown. Al policía que disparó no le importó si Roberto había participado del saqueo al autoservicio “Nico” de la otra cuadra o si iba a la casa de su tío.
            Carlos Spinelli maneja su motito de mensajería por las calles furiosas de Pablo Nogués. A esa altura de la tarde, ya se había cruzado con varios mercaditos vaciados y por vaciarse. Hay pocos patrulleros pero intuye que hay más policías de los que aparecen. Y no se equivoca. Desde un Gol blanco le apuntan y le disparan. La rueda delantera de la moto queda rodando con el cuerpo inerte de Carlos tirado a su lado. Los cazadores del Gol blanco desaparecen en busca de otra presa. La que acaban de cobrarse tenía 25 años.
            Juan ve venir el camión y empuja para quedar en mejor posición. Hace horas que, junto a cientos de personas, espera comida frente a un supermercado en la esquina de Necochea y Cochabamba, en Rosario. El camión viene custodiado por varios patrulleros. Juan se da cuenta que no les van a dar comida. Los policías se bajan y empiezan a disparar balas de goma. Todos corren, pero Juan queda rezagado al final del grupo. Recibe una perdigonada de goma en la espalda y cae. Intenta ponerse de pie pero lo bajan de un cachiporrazo. Un policía carga la escopeta y gatilla a quemarropa. El tiro no sale. Entonces, saca su arma reglamentaria. Horas después, la autopsia dirá que Juan Delgado, de 28 años, había recibido 8 disparos. Ningún policía fue procesado por su muerte.
            Rubén escucha que disparan pero no para de correr. La caja pesa pero su contenido es valioso: hay para varios días de almuerzo. Se la habían entregado en un supermercado antes de que empezara la represión. Está a metros de su casilla en el barrio rosarino de Las Flores. Pero no llega. Su cuerpo se desploma con un balazo en la espalda. El parte policial dirá que Rubén Pereyra, argentino, casado, de 20 años, quedó en medio de una trifulca a balazos. Otro rosarino, muchos años antes, escribió que la historia la escriben los que ganan. Ningún policía pagó con su procesamiento por la muerte de Rubén. María, su esposa, y Aldana, su hija hoy adolescente, siguen reclamando justicia.


            Son alrededor de las 19:00. El sol cae rojizo más allá de los edificios que regalan sus siluetas a los ventanales de la Casa Rosada. El presidente pregunta si estuvo bien. El “sushi-entorno” levanta el pulgar. Entonces, se prepara para volver a Olivos. A la hora en que el mensaje se verá por cadena nacional, “Pocho”, David, Marcelo, Yanina, Roberto, Carlos, Juan y Rubén estarán muertos. El presidente De la Rúa recién el 21 de diciembre, ya renunciado, reconocerá y lamentará las muertes de las 48 horas finales e infernales de su gobierno.

sábado, 26 de noviembre de 2016

FIDEL Y LA SOPA

   “Del exterior: al enterarse de que Mafalda va a tener un hermanito, los rusos iniciaron la demolición del muro de Berlín, árabes e israelíes llegaron a un acuerdo, Fidel Castro decidió llamar a elecciones...”*. En aquellos álgidos 60's, Mafalda pensaba mucho en Fidel. Por ejemplo, sentada frente a su plato más deplorado, cavilaba: “Si él dijera que es buena, aquí dirían que es mala... ¡Y la prohibirían! ¿Por qué ese cretino de Fidel Castro no dice que la sopa es buena?”**.
   Mafalda no quería a Fidel, como no lo quería el paradigma político occidental de turno. Mafalda era una defensora de la paz y de las libertades individuales. Y Fidel, por supuesto, nada de eso: era un dictador. Y un dictador comunista. Ahora, ¿había paz y libertades individuales plenas en la Argentina de los 60's? Mafalda tampoco dudaba: “¿Ves...? – le decía a Miguelito, tocando el bastón de un policía federal – … este es el palito de abollar ideologías”***. Mafalda era una demócrata. Pero si de dictaduras se trataba, no había peor que la de Fidel.

   Con el tiempo, Mafalda y Fidel se fueron amigando. Tanto que en los 90's el Estado cubano, a través del Instituto cubano del arte e industria cinematográfica, auspició una serie animada con los dibujos de Mafalda en donde también primaba la crítica social, como en las tiras originales. Claro, había pasado el tiempo y reinaba el neoliberalismo. En los 90's, la historia no sólo había absuelto a Fidel sino que había demostrado que Occidente no era La Meca de la democracia, la paz y las libertades individuales. Todo lo contrario: en los 30 años desde aquella tira de la sopa, la pobreza, el estancamiento cultural, el terror político, la crisis del Estado de bienestar, la decadencia económico-social habían crecido sin freno en Occidente, pero sobre todo, en América Latina. Excepto en Cuba.
   “La sopa es a la niñez, lo que el comunismo es a la democracia”****. Después de cinco décadas y ya sin Fidel, pero con la revolución todavía viva, hoy tal vez Mafalda revería aquella frase suya frente a otro de sus odiados platos de sopa.

                                                                                       Gabriel Prósperi.
                                                                                       26 de noviembre de 2016.

*        Mafalda 4. Quino. Ediciones de la flor.
**      Mafalda 4. Quino. Ediciones de la flor.
***    Mafalda inédita. Quino. Ediciones de la flor.
****  Mafalda 1. Quino. Ediciones de la flor.

jueves, 10 de noviembre de 2016

CAMBIARON FUTURO POR PASADO



Los ciudadanos estadounidenses no votaron mirando al futuro; votaron mirando al pasado. A un pasado añorado: la era Reagan. ¿Trump es Reagan?
En la consideración del Homero medio, el de Ronald Reagan fue el mejor gobierno que jamás ha tenido. Hacia el interior del país, hubo un crecimiento histórico de la actividad industrial, casi pleno empleo, mayor capacidad de consumo y menor presión tributaria. Y a nivel internacional, Reagan lideró la restauración de una agresiva política del garrote que colocó nuevamente a los Estados Unidos a la ofensiva contra el enemigo rojo del Este. Como dijo el bueno de Ronald (que no es McDonald): “Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”. Como lo repitió el bueno de Donald (que no es el Pato): “Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”.
Reagan y Trump tienen un no-origen común: exógenos de la casta política tradicional. Reagan fue un olvidable actor que devino primero en gobernador y luego en presidente. Trump, un excéntrico empresario que se cansó de la monocorde vida de megamillonario y que eligió ir por la aventura de la Casa Blanca. ¿Qué mejor referente para el renacer del “american way of life” que un tipo que realizó todo lo que se propuso… Hasta ser presidente?
Allá afuera, el mundo arde. El fuego todavía no prende cerca. Pero si empezara a quemar, qué mejor que un anti-todo-lo-extranjero para estar a resguardo. Trump será el bombero del incendio que Hillary ayudó a madurar. ¿Quién no pensaría así si viviera allá, arriba, donde se corta, se cocina y se come el bacalao?
El slogan de este election day bien podría ser el furcio de una candidata electa por estas pampas hace muy poco: “cambiamos futuro por pasado”.

                                                               Gabriel Prósperi.

                                                               9 de noviembre de 2016.

martes, 28 de junio de 2016

HÉROES

   Verlo llorar desconsolado nos partió el alma ya partida. Había perdido la selección, pero en realidad todos entendíamos que había perdido él. Nunca lo habíamos visto así. Era la primera vez que nuestro capitán flaqueaba ante los ojos del mundo. Con la impotencia hecha carne y lágrima aceptó su medalla de plata y se hundió en el desconsuelo. Aquella noche triste de Diego Armando Maradona, en Roma, se iba a repetir casi calcada 26 años después con Lionel Messi, en Nueva Jersey.
   Cuando Messi perdió la final del mundo en Brasil no soltó una sola lágrima. El capitán pareció contener a propósito su emoción. Actuó como un verdadero líder: de pie y entero ante la derrota más dolorosa. Mientras sus compañeros se entregaban al justificado llanto del sueño hecho pedazos, él subía al estrado, íntegro y respetuoso, a recibir un premio para cualquiera imposible; para él, menor.
   Y aquella vez se escucharon feroces críticas hacia su actitud dentro y fuera de la cancha. Como que nada le importaba, ni el premio, ni la final, ni la selección, ni la bandera... Ni él.
   Un año después, en Chile, actuó de manera similar. Y volvieron las alevosas voces a levantarse en su contra.
   El domingo, en Nueva Jersey, al final, Messi lloró. ¿Eso querían? Eso hizo. Y después, en el vestuario, aún con los colores de la selección cubriendo su piel, tiraba la bomba: no va más. Igual que Maradona luego de aquella final en Italia; de aquellas lágrimas.
   Maradona volvió, sin embargo, a la selección tres años después para jugar su último mundial. La historia de Leo con la camiseta nacional tal vez tenga más noches todavía por transitar. Amén. Es que de sudor y de lágrimas; de victorias y derrotas; de elogios embusteros y críticas mediocres; de renuncias y arrepentimientos están hechas las vidas de los héroes. Estos héroes. Nuestros héroes.

                                                           Gabriel Prósperi. Periodista.

                                                           28 de junio de 2016.

domingo, 19 de junio de 2016

LO PEOR

   Peor que esto, nada. Esa pequeña frase encierra una lógica presente recurrentemente en el ideario colectivo argentino, sobre todo al argumentar en la discusión política, o simplemente, cuando vamos a votar. Ahora, ¿qué es “lo peor”?
   En los últimos años hemos tenido varios “lo peor”: fue la desocupación, fue la inseguridad, fue la inflación, fue el autoritarismo. Las llamadas “encuestas” tuvieron a estos ítems variablemente al tope de sus conclusiones. Hoy ese tope, sin dudas, ha de estar ocupado por el concepto de “corrupción”. Y con razón. El impacto in crescendo de episodios como la detención de Lázaro Báez, las excavaciones de ultratumba en la Patagonia y la aparición de José López y sus bolsos voladores reafirmaron esa aversión ciudadana. López todavía no habló y no sabemos fehacientemente de dónde provinieron los 9 millones de dólares que saltaron el muro del histórico convento, pero se da por hecho que fueron ahorrados durante 12 años de apego al choreo. La bóveda nunca encontrada en el sur apareció en General Rodríguez en modo “bóveda andante”. O sea, el martes 14 de junio, en una fría y neblinosa madrugada, y gracias a un llamado no-anónimo al 911, se hizo realidad la “prueba” decisiva y necesaria para que supure al fin la matriz corrupta del kirchnerismo. En términos policiales: el cuerpo del delito.
   El actual gobierno pasaba casualmente por sus peores días producto del malestar social en alza por los tarifazos; por los entredichos con el Papa Francisco; por el oscuro blanqueo oculto tras la fachada de un “resarcimiento histórico” para los jubilados; por la bravuconada de funcionarios al decir que tenían palos y palos verdes en el exterior “como muchos argentinos”; por la “confesión” del jefe de gabinete que lo de la pobreza cero era sólo un slogan de campaña. Ni todos esos disparates juntos le harían cosquillas siquiera a la sola imagen de un ex secretario de obras públicas esposado, encascado y mostrado al mundo a lo Lee Harvey Oswald. López era el magnicida apoteótico de esa pesadilla denominada kirchnerismo.
   Changüí: “ventaja que se concede a una persona o a un grupo”. La Real academia española y la realidad juegan a favor del macrismo. Hace apenas unas horas cayó el tal Pérez Corradi, autor intelectual no confeso del triple crimen de.. ¡General Rodríguez! Otra vez, los cascos, los chalecos, las cámaras, los flashes y la alimentación necesaria de esa indignación que turba, que enceguece, que domina. Tan fantásticamente cierto que asusta.
   Hay un jueguito en internet que se llama agar.io. Uno ingresa a una especie de universo acotado lleno de pequeñas pelotitas estáticas, siendo una pelotita más grande, pero móvil. En ese universo hay pelotas más grandes que lo que buscan es comer a las pelotas más chiquitas. A medida que uno va comiendo pelotitas estáticas, y va esquivando pelotas más grandes, va creciendo en volumen. Y claro, cuando uno va creciendo quiere comerse más y más y más y más y más pelotas más chicas. Y uno ve que se va haciendo grande, grande, grande y quiere comerse más y más y más pelotas chicas. Uno llega a ser grande, grande, muy grande. Pero cuidado: porque siempre va a haber una pelota más grande que uno, que va a querer comerte. Y que lo va lograr. O si no, hay otra más chica que vos, pero que se une a otra también más chica y entre las dos complotan. Y te comen. ¿Y cómo terminás? Expulsado. El agar.io te da revancha: podés volver siendo otra vez una insignificante pelotita. ¿Da revancha la política?
   Se habla tanto de excavaciones que dan ganas de decir que, realmente, el kirchnerismo se cavó su propia tumba. Aunque también hay hendijas para pensar que la pala fue facilitada por otros. Esos “otros” hoy se estarán restregando las manos. No sólo por la crucifixión del kirchnerismo sino por su imposible resurrección. Si hasta hace apenas unos días muchos de los que pusieron su voto a favor de Mauricio Macri ya se estaban planteando aquello de que “la verdad, con los kakas la pasábamos mejor”, hoy ven reforzado su convencimiento de que hicieron bien. Y lo que es más importante: lo harían otra vez. ¿Por qué? Simple: porque triunfa eso de que la corrupción de aquellos provocó el desbarajuste de estos y el padecimiento de todos. Es decir, peor que esto – la corrupción del kirchnerismo – nada.

Gabriel Prósperi. Periodista.

19 de junio de 2016.

sábado, 4 de junio de 2016

ZAIRE

 “¡Alí, bomayé!”, gritaban con bronca animal. Allí estaban ellos, de a miles, los olvidados de siempre, vivando al tipo que por primera vez les daba la chance de ser visibles ante al mundo. Alí iba a pelear a su tierra. La de él y la de ellos. Alí era mucho más que su campeón: era su líder. Foreman también era negro, como ellos. Pero Foreman no era como ellos: era el rostro del enemigo, del hambre, de la esclavitud, del poder. Había que ganarle, al menos una vez, esta vez.
Y allí, en la puerta del avión, saludando a la inmensa multitud que lo recibía en el aeropuerto, Alí se acercó a uno de sus asistentes:
- ¿Qué gritan?
- Alí, bomayé
- ¿Qué...?
- Alí, bomayé... “Alí, matalo”.

domingo, 8 de mayo de 2016

KIRCHNERISMO Y MACRISMO EN EL CICLO DEL AGUA ARGENTINO

   Hay una idea hegemónica que cunde del Facebook a los paneles de los programas de TV: demostrarle a aquel que creyó en el kircherismo que en realidad todo lo que avaló y aplaudió resultó ser una gran mascarada para ocultar el verdadero fin del kirchnerismo: afanarse toda la guita posible. La contraidea es demostrarles a todos los que no creyeron en el kirchnerismo que tenían razón. El tema es que estos últimos decidieron ahora apoyar a un gobierno conservador.
   El conservadorismo político en la Argentina siempre fue bien acompañado por su hermanito menor: el liberalismo económico. Ranking histórico: gobierno oligárquico de la generación del '80; década infame; revolución libertadora; última dictadura militar; menemato, y ahora, macrismo. En términos historiográficos clásicos, podríamos decir que el único experimento conservador “exitoso” fue el de la generación del '80. Claro, con una salvedad: Roca y sus coetáneos sentaron las bases de lo que sería para siempre la “normalidad” de este país lejano y estepario llamado Argentina. Lo hicieron “ingresar” al mundo en una situación de sometimiento a los designios de lo que se llamó “la división internacional del trabajo”. Nosotros, vacas, ovejas y cereales. Ellos, los países civilizados, bienes manufacturados y servicios. El capitalismo argentino nació con olor a bosta.
   Todo gobierno que pusiera en cuestión aquella “normalidad” fue tildado de “populista”. Ránking histórico: yrigoyenismo; primer peronismo, gobierno de Illia, parte del alfonsinato, y los 12 años de néstor-cristinismo. El desarrollismo sedujo primero a la casta dominante, pero luego terminó en el arcón de los ensayos denostados por el patriciado vernáculo. En los argumentos de los analistas periodísticos hegemónicos de cada época, los populismos fueron siempre inútiles, estériles y sobre todo, mentirosos. Trampas históricas. El yrigoyenismo no sirvió para responder a la crisis de los tempranos 30's. El primer peronismo fue una enorme farsa que atentó contra las buenas costumbres y el verdadero ser argentino. Illia fue, a la vista del siempre servicial Mariano Grondona, “una tortuga”. Alfonsín no entendió nunca hacia dónde iba el mundo, con la restauración neo-conservadora de Reagan y Thatcher a la cabeza. El kircherismo viene a ser el resumen de estos males, con la suma del más artero de todos: la corrupción.
   La historia demostró que para que haya un retorno a la “normalidad”, una restauración conservadora-liberal, tuvo que haber siempre un estrepitoso fracaso populista previo. Imponer el doloroso retorno al camino de la verdad del ser argentino necesitó primigeniamente del argumento de “la pesada herencia”. El gobierno de Cristina Fernández no terminó envuelto en bombardeos, planteos militares, gases lacrimógenos o saqueos. La historia oficial, la que escriben los que ganan, dirá que terminó en la más ignominiosa sospecha de choreo nacional jamás vista. Un choreo escandaloso y nocivo para todos... y todas. Ñoquis, Cámporas, Lázaros, Máximos, Milagros. Si esta no es una pesada herencia, las pesadas herencias dónde están.
   “Ahora tiro yo porque me toca, en este tiempo de plumaje blanco”, cantó el Indio Solari alguna vez. Y canta hoy el grupo dominante enbanderado en el cambio macrista. Los no-ladrones del gobierno no roban, claro. Pero quitan. Quita 1: retenciones. Quita 2: subsidios. Quita 3: puestos de trabajo. Quita 4: salarios. Quita 5: acceso gratuito a bienes culturales. Y siguen las quitas. “Ensayo general para la farsa actual, teatro antidisturbios”. ¿Dónde subyace la esperanza renovada de la ceocracia pro para pensar que ahora sí se cumplirá el designio de grandeza tantas veces postergado?
   La historia política argentina se asemeja al ciclo del agua: llueven fracasos populistas, se nutren las raíces liberal-conservadoras, se evaporan las promesas liberal-conservadoras, se condensan las políticas liberal-conservadoras y vuelven a llover fracasos liberal-conservadores, que a su vez nutren las raíces populistas, y así sucesivamente. ¿En qué estadío de ese ciclo estamos? Disculpen: prefiero dejar en sus manos la conclusión.

                                                                Gabriel Prósperi. Periodista.

                                                               
8 de mayo de 2016.

jueves, 7 de abril de 2016

LA BATALLA DEL "DESAGUISADO"

   “Ordenar el desaguisado que nos habían dejado lleva a tomar decisiones que nos duelen”. Esta frase del presidente de la nación es el dardo que da en el blanco de la batalla por la imposición del sentido que divide aguas en la sociedad. ¿Es verdad que recibió un desaguisado? ¿Es verdad que no le quedaban otros caminos/medidas dolorosos/as que tomar?
   La condena socio-judicial de Jaime, la detención mediático-policial de Báez y la venidera reaparición de Cristina Fernández ingresando “a lo Boudou” al salón de la justicia de Comodoro Py 2002, engordan la hipótesis del desaguisado padre: la corrupción. “Se robaron todo y por eso ahora todos tenemos que pagar las consecuencias”. Un amplio espectro de la sociedad acepta y justifica esta inevitable realidad de “decisiones que duelen”. Gol del discurso político dominante.
   La estrategia de la pesada herencia no es nueva en nuestra historia. El relato de las decisiones dolorosas pero necesarias, tampoco. “Hay que pasar el invierno”. “Hemos dado una vuelta de hoja al intervencionismo estatizante y agobiante”. “Estamos mal pero vamos bien”. El infierno hoy; el paraíso mañana. La escuela liberal ha dejado su huella en nuestro pasado mediato e inmediato. El actual gobierno abreva inocultablemente en sus premisas. El desafío central de la administración Macri es lograr esquivar los funestos desenlaces en los que cayeron cada una de aquellas experiencias pre-existentes. Para disolver esos fantasmas, el propio presidente reconoce que la confianza de la sociedad en su gestión es esencial. ¿Cuánto agrietará esa confianza el reciente temblor con epicentro en Panamá?
   Las medidas quirúrgicas adoptadas por el gobierno parecen ceñirse a la más auténtica ortodoxia económica: bajar el déficit fiscal, frenar la emisión monetaria, desregular tarifas, enfriar salarios, controlar la inflación bajando el consumo, beneficiar impositivamente a los sectores más concentrados de la economía, recurrir al endeudamiento externo, achicar el Estado. La creación de un ministerio de modernización es toda una declaración de principios. El gerenciamiento de la actividad pública se rige por los cánones de la actividad privada. Todo se mide por objetivos. Los plazos corren por cuenta de quienes planifican. Las evaluaciones, también. Cuando llegue el tiempo de medir éxitos y fracasos, ¿los serán para quién?
   “Vos que andás diciendo que hay mejores y peores, vos que andás diciendo qué se debe hacer”. Los Fabulosos Cadillacs dieron en la tecla para resumir qué es esto del poder y la batalla por la imposición del sentido. El presidente y su “mejor equipo de la historia” dicen y hacen lo que se debe hacer. Las medidas duelen, sí. Pero tienen su láudano: los rostros del “desaguisado” entrando de a uno al salón de la justicia de Comodoro Py 2002.

                                                                  Gabriel Prósperi. Periodista.
                                                                  7 de abril de 2016.

domingo, 27 de marzo de 2016

OBAMA, POR LA AVENIDA MONROE


   La Avenida Monroe une los barrios porteños de Belgrano, Coghlan y Villa Urquiza. Nace en la Avenida Figueroa Alcorta y muere en la Avenida de los Constituyentes. La Avenida Monroe no tiene nombre, pero fue bautizada así en honor al quinto presidente de los Estados Unidos, James Monroe. En fin, este presidente pasó a la historia por una frase: “América para los americanos”. Con el tiempo, esa frase se transformó en doctrina: la doctrina de un imperio.
   Estados Unidos vuelve a pisar fuerte, como un monstruo grande, sobre Sudamérica. La visita de Obama a la Argentina, a pocos meses del final de su mandato, revela que no estamos ante una decisión diplomática propia del gobierno demócrata en curso, sino ante un nuevo giro estratégico geopolítico de Washington: América, mejor dicho, “Sudamérica”, vuelve a ser para los Americanos, mejor dicho, para los “Norteamericanos”.
   A partir del 11 de septiembre de 2001, y con los escombros aún humeantes de las Torres Gemelas, Estados Unidos decidió retomar las riendas planetarias con una nueva “política del garrote”. Esta vez no contra díscolos países antillanos, como en el naciente siglo XX, sino contra las organizaciones del terrorismo transanacional que anidaban, según la CÍA, en Medio Oriente. Así, uno a uno, los autócratas asiáticos que los mismos norteamericanos habían fomentado y financiado como cortinas contra al avance soviético de antaño, ahora eran los enemigos de la libertad. Esos autócratas no sólo cobijaban terroristas sino que habían elevado los costos de comercialización del petróleo. La “pacificación política” y el “control comercial” medio-oriental le costaron más de una década a Estados Unidos. ¿Está ya terminada su obra? ¿Qué pasa con el Estado Islámico, Siria, el drama de los refugiados, la revancha terrorista en París y Bruselas, y tantas otras consecuencias desatadas por aquella nueva “política del garrote”? ¿Daños colaterales...? Menos de 48 horas después del atentado brutal en Bélgica, Obama bailaba tango en Buenos Aires.
   El chavismo, el lulismo y el kirchnerismo le dieron la espalda a Bush en Mar del Plata, con el no al ALCA, en 2005. Aquel tridente encontró al imperio abocado a una guerra mayor. Parecía triunfar por estas tierras una nueva doctrina: Sudamérica para los sudamericanos. Estados Unidos se retiró de Mar del Plata vencido, sí, pero no derrotado. Allá arriba volvieron a mover las piezas, y como maestros ajedrecistas, reacomodaron el tablero cuando sus tiempos así lo demandaron. Ya no les hizo falta una “política del garrote”. El desgaste propio de regímenes populares en su guerra interna con los poderes concentrados vernáculos; la incapacidad para sostener económicamente, sin injerencia externa, políticas expansivas e inclusivas; índices inflacionarios que acrecentaron el malhumor de los sectores sociales afines a esos regímenes; denuncias múltiples y constantes – con o sin fundamentos – de corrupción por parte de los medios concentrados; muertes de alto impacto social sin esclarecimiento judicial inmediato; todo ello fue generando en estos países rebeldes las condiciones para cambios de rumbo pacíficos, naturales, democráticos.
   Obama viajó a la Argentina del post-kirchnerismo para felicitar a Macri, mientras se cumplían 40 años de la instauración de la dictadura más sanguinaria del continente. Aquí, en Buenos Aires, el actual presidente de los Estados Unidos demostró que sigue el camino instaurado por uno de sus antecesores, un tal James Monroe; el mismo que tiene una avenida en su honor entre los barrios porteños de Belgrano y Villa Urquiza.

                                                                     Gabriel Prósperi. Periodista.

                                                                     27 de marzo de 2016.