
Los vecinos de Pueyrredón y Santa
Fe seguramente se horrorizan porque alguien ose criticar el veredicto de las
urnas en favor de Mauricio. Pero no recuerdo que hayan defendido el veredicto
de las urnas a mediados de 2008, cuando batieron cacerolas para intentar sacar
de los pelos a un gobierno elegido por “el voto sagrado” menos de un año antes.
Las vaquitas ajenas y las propias sólo fueron la triste excusa.
El voto universal tiene calidad
de intocable cuando favorece los intereses de la clase dominante. Cualquier
comentario en su contra tendrá el calificativo, como mínimo, de
antidemocrático. Paradoja de la historia: la democracia sirve hoy de argumento
a muchos de los que hace décadas golpeaban las puertas de los cuarteles sin
ningún pudor.
“Todos tenemos derecho a votar a
quien queramos. Así nos expresamos libremente. Vivimos en democracia, ¿no?”,
dice la señora mientras mira vidrieras y se escandaliza con los aumentos en los
tapados. ¿Qué visión de la democracia tendría esa misma señora si el ganador de
la elección hubiese sido Hugo Moyano, Luis D’Elía o algún otro enemigo del
establishment, como los “irreverentes” jóvenes de La Cámpora? ¿Y qué hubiese
pensado la señora de la palabra asco si en lugar de Fito Páez la hubiese
nombrado Marcos Aguinis, Mariano Grondona o algún otro intelectual del orbe de
La Nación y alrededores?
Hace años, escrita en la pared de
un baño, leí la siguiente frase: “Tu voto es sumisión. Su misión es tu voto”. Con
este asunto de la intocabilidad del
voto, ¿no será que lo que realmente quieren es encerrarnos en la trampa de que
nuestra única y permisible participación en la democracia es a través del voto?
¿No estarán intentando bloquearnos el acceso a otras formas de expresión libres
y legítimas, que lesionan aquellos intereses que tan bien representa Mauricio?
¿Valen más mil votos que mil marchas, mil graffitis, mil piquetes o mil notas
de opinión?
El desafío de todos no es
defender el resultado de una elección. El desafío es darle seriedad y contenido
a lo que llamamos democracia. Que valgan todos los votos; que valgan todas las
voces; que valgan todos los reclamos por igual y en el mismo plano de
legitimidad. De esa manera ya nadie podrá decir que siente asco por la sociedad
en la que vive.
Gabriel Prósperi. Periodista.
13 de julio de 2011
Gabriel Prósperi. Periodista.
13 de julio de 2011
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