Nunca sentí que las cartas estuvieran tan sobre la mesa. Quizá pueda pecar de inocente, pero lo pienso y lo pienso y me parece todo muy claro. Tan claro como lo expresó el abogado de Moyano, el ex juez Llermanos: “Lo que la gente percibe es que se quiere dañar a su líder”. Epa, frene ahí: ¿Moyano es un líder o un representante de las aspiraciones obreras? Aquí me parece que está la gran lección que deberíamos aprender de este embrollo de exhortos, paros y suspensiones.
Un
representante obrero, un sindicalista, discute, grita, pelea por el reclamo de
sus representados. Y si es secretario general de la CGT, más aún. O sea,
personifica el descontento, la bronca o la alegría de todos y cada uno de los
trabajadores enrolados directa o indirectamente en esa central.
Un líder
decide, dirige y encolumna detrás de sí a un colectivo determinado. En el
diccionario peronista se lo llama “conductor”. Perón era el primer trabajador,
pero también y sobre todo era EL conductor. La voluntad del conductor es
irrebatible.
Hugo
camionero, el representante legítimo y elegido por sus pares para representar
sus intereses obreros, dio paso a Moyano conductor, el hombre fuerte con un
plan político personal que en nombre de un interés general impone su voluntad a
un enorme conjunto de trabajadores.
Si Moyano
es efectivamente un líder, un conductor, ¿hacia dónde dirige a los que dirige? “Los
trabajadores queremos llegar al poder”. En la verborrágica oratoria de Lenin o
en la ácida pluma de Rosa Luxemburgo, esta frase hubiera sonado a redundancia.
Pero en el ronco tronar del jefe sindical camionero sonó a advertencia. Socarronamente muchos;
peyorativamente otros; temerosamente algunos, se preguntan si Hugo Moyano puede
convertirse en el “Lula” argentino. “¡¿Quién va a votar a Moyano, por favor…?!”
Hoy, puede que tengan razón. Pero Lula se presentó tres veces hasta que en la
cuarta, ganó.
El
peronismo fue y es una usina interminable de dirigentes. Sin embargo, de todos
aquellos que ocuparon las más altas magistraturas, no hubo ninguno que tuviera
su origen en el sindicalismo. El textil Andrés Framini fue elegido gobernador
bonaerense en 1962, pero no llegó a asumir el cargo. El “Lobo” Vandor, Herminio
Iglesias y hasta el propio Ubaldini soñaron alguna vez con un proyecto político
propio. Pero de una u otra manera, sus planes se vieron frustrados. Moyano
parece decidido a retomar esos sueños de poder. ¿Estará él como cabeza visible
del proyecto o buscará otra cara para los afiches? Por ahora, sigue apoyando la
gestión K, pero como “aliado” no como “soldado” de un general (o generala).
En estos
turbios días, el jefe de la CGT mostró su verdadero peso específico. Les
enrostró a todos, desde la presidenta de la nación hasta los popes del
empresariado periodístico, que con él se negocia cara a cara. Que es uno más en
la mesa grande de las decisiones y en la mesa chica de los poderosos. Que está
preparado para cualquier batalla. Y que él, y sólo él, decide con quién pelea codo
a codo o con quién se enfrenta sin tregua.
Hugo Moyano
puede ser el primero, pero también el último. El primero en dar el gran salto
de sindicalista a líder político, reivindicado y elegido por las masas. O el
último de una enquistada escuela de jefes gremiales, más preocupados en la construcción
de un poder autónomo y mesiánico que en la organización cabal de una verdadera y democrática representación
obrera.
Si la
segunda opción es la que pretendemos para nuestro futuro, no podemos esperar
que la batalla, las más decisiva de todas, la libre un gobierno. Esa batalla
tiene que empezar en la conciencia de una nueva y revitalizada clase obrera y
culminar en cada fábrica, en cada oficina, en cada comercio, en cada casa, en
cada sindicato. Sólo así cada uno de nosotros, trabajadores, seremos autores de
nuestro destino y protagonistas de la historia. Una historia con Hugos
camioneros pero ya sin Moyanos conductores.
Gabriel
Prósperi. Periodista.
20 de marzo de 2011
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