sábado, 25 de agosto de 2018

UN PLAN SIN FLAN


   “Hay mejoras en el frente fiscal que no se pueden anunciar porque nos perjudicaría en lo político, como por ejemplo, la caída en el salario real”. Esto dicen que dijo el vicejefe de gabinete, Mario Quintana, ante inversores y financistas en Wall Street. La frase no contiene nada que no sepamos aquí. Pero en sus 26 palabras encierra la esencia de un plan que parece difuso pero que en realidad está muy claro.
   El martes 21 de agosto las fuerzas policiales reprimieron una manifestación de empleados del Astillero Río Santiago en La Plata. Hacía muchos años que no se veía algo así en la capital bonaerense. Los voceros del gobierno provincial salieron de inmediato a justificar el accionar azul con imágenes y testimonios de un ataque a la casa de gobierno, y luego, el ministro Ritondo habló de un manifestante “autoatropellado” por un patrullero, quien pretendió de esa manera autodisparar la violencia. Correlativamente, al otro día, los diarios afines al discurso oficial colocaron en portada la foto de la secuencia inmediatamente posterior al “autoatropello”: el patrullero pisoteado por activistas enardecidos. Conclusión: al gobierno no parece preocuparle la calle. Cree en su antídoto para la creciente conflictividad social: balas de goma, gases y justificación inmediata de la represión con los medios de comunicación masivos más concentrados y por lo tanto, más penetrantes en los sectores medios de la sociedad. El objetivo es presentar la protesta social como conatos de actores que fueron excesivamente beneficiados en un pasado cercano que debe superarse más temprano que tarde. La construcción del sindicalismo y de los movimientos sociales organizados como enemigos del progreso y desarrollo comenzó el 10 de diciembre de 2015.
   Para la crisis económica inocultable, con caída abismal de la actividad, recesión, inflación, pobreza en ascenso, desocupación y tarifas exorbitantes, el gobierno tiene una receta similar, aunque más sofisticada y con un aliado adicional y decisivo: la justicia. El miércoles 22 de agosto una multitud se manifestó en las puertas del Congreso para reclamar el allanamiento, luego el desafuero y, si fuera posible también, la cárcel para Cristina Kirchner. Las consignas amplificadas por los micrófonos versaban más o menos sobre la misma idea: estamos mal por culpa de la plata que se robaron. Desde que estalló el caso de los cuadernos de Centeno, el 1 de agosto, el foco antikirchnerista de la justicia federal, encabezado por Claudio Bonadío, y los grupos mediáticos que siguen buscando revancha de la ley de servicios audiovisuales, iniciaron un movimiento de tenazas tan aceitado como efectivo. El resultado son aquellas frases embravecidas contra los que se robaron PBIs enteros, así como los mensajes alimentados de estiércol que agrandan la grieta en las redes sociales. Los sectores medios que votaron el “cambio” parecen seguir siendo fieles a su voto y estar dispuestos a soportar todo tipo de penuria con tal de que “no vuelvan más”. Ganar esta batalla dentro de la gran guerra cultural es fundamental para el gobierno. Su objetivo político principal es bloquear o al menos esmerilar la chance de que Cristina sea candidata. En su defecto, que tenga nula chance de ganar. El odio envuelto en frases hechas, más que la verdad sobre la corrupción, es la herramienta central para diseñar la campaña del 2019.
   Y mientras tanto, en el corazón del sistema, la fuga de capitales. El 22 de agosto, el Banco Central confirmó que en lo que va del año, se fueron del país más de 20 mil millones de dólares. Desde diciembre de 2015, 54 mil millones. Los pocos ganadores de este proceso de acumulación financian su fuga de dinero con las divisas que el propio Estado argentino les garantiza a través del endeudamiento externo. ¿Qué tipo de desarrollo pretende este capitalismo extranjerizante? ¿Cómo cuajamos los argentinos en este sistema? ¿Estamos tod@s contenid@s o el neoliberalismo en el poder espera una especie de regulación malthusiana en la que, como en el amanecer de la revolución industrial, los que sobren o no se adapten a las circunstancias queden en el camino víctimas de alguna gran peste o simplemente, del hambre?
   
El postre lo puso Alfredo Casero en una entrevista con Alejandro Fantino. Trajo el flan a la mesa como metáfora perfecta de lo que en resumen es el discurso dominante actual: el país era un desastre porque se habían robado todo y ahora apenas vamos a comer por culpa de aquellos Kadrones, entonces, ¡cómo vamos a pedir flan! Días más tarde, en una nota con Lanata, le puso apellido a su metáfora: “flan es Baradel pidiendo un 21 por ciento de aumento”.
Así las cosas, llevar como bandera la caída del salario real a Wall Street, es la manzana regalada a la maestra de tercer grado. Quintana, rindiendo examen allá arriba, muestra quiénes son los maestros de este proyecto llamado Cambiemos. Quiénes son los que delinean la Argentina que viene. Quiénes son los que arman el plan. Un plan sin flan.