jueves, 4 de octubre de 2012

PATRIA O MUERTE... ¿VENCEREMOS?


            7-O… 8-N… 7-D… Parecen coordenadas de un viejo juego de mesa, pero no. Habrá hundidos y tocados de verdad. Quiénes serán unos y otros, la historia lo determinará muy pronto. Pero hasta tanto, quisiera aportar una lectura de lo que se está decidiendo en estos días agitados. El domingo (7-O) se define mucho más que una elección presidencial en Venezuela. Se juega el futuro de un proyecto y, para muchos, de una esperanza en marcha. Una eventual derrota de Chávez y una victoria del candidato Capriles confirmarían el regreso por la puerta grande de la reacción liberal en Sudamérica.
            Hasta 2010, Colombia aparecía como el único bastión fuerte del conservadorismo en el sub-continente. Pero con la victoria de Piñera, en Chile, se inició un proceso de “restauración” derechista de vertiginoso crecimiento. En Paraguay, el golpe de estado contra Lugo se maquilló con la más descarada mácula constitucional. En Perú, Ollanta Humala llegó al poder con la esperanza de una renovación política bajo el brazo, pero a esta altura parece más una continuidad del gobierno de Alan García, aplaudido tanto por los centros financieros mundiales como por Mario Vargas Llosa. En Bolivia, la tendencia golpista de los líderes separatistas de los estados del oriente rico sigue latente. En Ecuador, Correa está en guerra con las empresas mediáticas más poderosas y hace unos meses, estuvo al filo de la destitución a partir de una insurrección policial con evidentes tentáculos políticos. En Uruguay, Pepe Mujica debe lidiar todos los días con las editoriales más virulentas y mordaces del diario más consumido del país. El PT, en Brasil, tambalea como fuerza política hegemónica: más allá de sostener la primera magistratura, este domingo podría tener un duro revés en los comicios municipales. Analizada en este contexto, la elección venezolana sólo puede leerse como una bisagra histórica.
El eje Venezuela-Brasil-Argentina representa hoy la garantía de la continuidad de proyectos nacionales, populares y anti-imperiales que, con infinidad de tropiezos y errores, llevaron y llevan adelante los gobiernos de Chávez, Lula-Roussef y Kirchner-Kirchner. La derrota de Chávez dejaría casi mortalmente herida esa alianza continental. El deseo de que esto ocurra trasciende con holgura las fronteras venezolanas. En efecto, mirado desde Argentina, el fracaso de Chávez podría ser el preámbulo del fin del kirchnerismo. Muchos se ilusionan y se restriegan las manos. El grupo Clarín envió a Caracas a quien hoy es su principal portavoz mediático, Jorge Lanata. El ex director de Página/12 no viajó sólo como cronista: fue como veedor invitado de Capriles. En el marco de la tensión social y política de los últimos días, ratificados con el conflicto de los efectivos de Prefectura y Gendarmería, imaginemos la influencia que tendría una derrota del chavismo en las dos fechas “claves” que se vienen: primero, el amenazante 8-N cacerolero y luego, el decisivo 7-D “clarinista” (con D de “desinversión”).
Chávez fundó su histriónico gobierno en un presunto socialismo de nuevo cuño. Más allá de las apariencias, es innegable que benefició, atendió y asistió a sectores populares venezolanos eternamente postergados. El presidente bolivariano prevaleció dos veces en las urnas y hasta resistió un golpe de estado que parecía consumado. Pero al menos para algunos encuestadores, hoy su liderazgo está amenazado como nunca antes. El acompañamiento incondicional de aquellos sectores populares ya no parece ser suficiente para definir claramente la elección. Allá, acá y en toda América, este domingo se juega el futuro de un proceso que incluye a millones de personas. Aquella frase tomada prestada del ideario revolucionario cubano, que tantas veces fuera usada por Chávez para cerrar estruendosamente sus discursos, también está en disputa: Patria o muerte… ¿venceremos?.

                                               Gabriel Prósperi. Periodista.
                                               4 de octubre de 2012