jueves, 31 de octubre de 2013

LA RABIA


“Ni vencedores ni vencidos”, dijo como pudo el golpista Eduardo Lonardi ante una asombrada multitud en Plaza de Mayo. A su lado, los otros generales y almirantes golpistas lo miraron de reojo y se miraron entre sí. Lonardi duró dos meses como presidente. Un contragolpe palaciego le dejó en claro para qué habían llegado a sangre y fuego al poder.
            Lonardi soñaba y hablaba de un neoperonismo sin Perón. “Recuperar lo bueno que se hizo y corregir lo malo”, decía y se decía. Pero él no había llegado allí, a la Casa Rosada, solo. Él y sus compañeros de armas tenían una misión: matar al perro y acabar con la rabia. Es decir, volver a la “normalidad”. Se debía hacer lo que se tenía que hacer: lo que el poder rural, financiero, transnacional, decía que había que hacer. Estado benefactor, no. Estado gerenciador, sí.
            Congelamientos salariales; sueldos por productividad; intervención sindical; persecución ideológica; desapariciones; fusilamientos. Las herramientas civilizadoras del postperonismo fueron variadas. El adoctrinamiento les llevó 28 años, cuatro dictaduras y cuatro gobiernos civiles. Y aún después del ‘83, volvieron con más. Alguien no los iba a defraudar...
            Hoy, regresa el concepto de “normalidad”. Varios dirigentes con proyección nacional pregonan el retorno a un “país normal”. Para esos dirigentes el país que hoy tenemos es anormal, aunque resbalan recurrentemente al intentar explicar en qué consiste esa anormalidad. Sea como sea, el regreso a un status quo perdido viene a copar la parada del paradigma discursivo de estos tiempos con olor a fin de ciclo. ¿A quién interpelan cuando hablan de regreso a la normalidad? ¿Quién es el destinatario del discurso cuando se habla de “rescatar lo bueno y corregir lo malo”? ¿Le hablan al pueblo o a aquellos que deben dar algún visto bueno? ¿Representantes del pueblo o representantes de empresas?
            La era K fue (y aun es) una etapa de definiciones. En estos 10 años, el Estado, como agente político, social y económico, fue el actor central del devenir de la Nación. La iniciativa siempre estuvo en el gobierno. Expropiarles YPF a los españoles para luego pactar atosigadamente con los norteamericanos conforma sin dudas un paso contradictorio y antipático, tal vez erróneo. Pero es un paso dado por el Estado, sin condicionamientos externos o internos, en función de intereses públicos. Lo mismo atañe para otras áreas, como el mercado del dólar, la política arancelaria, la de seguridad, etc. Cuesta hallar en la historia argentina esta correlación de fuerzas entre poder político público e intereses corporativos o sectoriales privados.
            La apelación al “país normal” suena a Estado gerente, no a Estado jefe. A Estado que acata, no a Estado que ordena. Por ahora, el candidato que más votos sacó en el país habla de “recuperar lo bueno y corregir lo malo”. Todavía no ganó más que el derecho a marcar un nuevo camino. Si más adelante, a través de las urnas, derrota definitivamente al perro, quedará en él correr el riesgo de reconocer a los vencidos o aceptar tranquilamente lo que ya varios piden, ansiosos: terminar con la rabia.