martes, 1 de mayo de 2012

LOS INVENTORES DEL MIEDO


“La inseguridad es el problema que más preocupa a los argentinos”, dice el conductor del noticiero. “Nos están matando a todos como perros”, repite la vecina indignada. “El que mata, tiene que morir”, grita la diva y recibe aplausos. Y sube el rating. Y el miedo avanza, al galope. El miedo entra en casa por la tele, por la radio, por internet. Un miedo que se siente hoy pero se pensó hace mucho. Porque el miedo es una construcción histórica.
En la Argentina de mitad del siglo XX había una situación de semipleno empleo. Perder el trabajo no era el fin. Luchar por un salario mejor era ley. Organizarse era una virtud. La solidaridad, una bandera política. Subrayo: política. La dictadura no destrozó la escasa industria nacional en el marco sólo de un proyecto económico. Lo hizo para desarticular un orden social y crear otro nuevo. Acabar con las fábricas era acabar con la organización obrera. Acabar con la organización obrera era acabar con la solidaridad. Acabar con la solidaridad era acabar con la idea de progreso colectivo. Acabar con la idea de progreso colectivo era acabar con la idea del trabajo como único motor del progreso individual. De pronto, miles de personas empezaron a quedar en la calle. Otros, los mejores, simplemente desaparecieron. Cada vez hubo menos bocas de empleo y más bocas que alimentar. Sálvese quien pueda. La calle fue un destino cierto, el peor de los destinos. Y ganó el miedo. El miedo de caer allí abajo.
Pasaron los años y el modelo dio sus frutos. Nosotros, los de 35 - 40 años, crecimos con el miedo en los ojos de nuestros viejos. El miedo nos educó. “Tenés trabajo, qué suerte”… “Y sí pagan poco, pero al menos tengo laburo”… “No puedo quejarme, a ver si me echan”… El trabajo se convirtió en un tesoro. Un tesoro que había que sostener  a cualquier precio. Y aceptamos todas las formas de la humillación. Los salarios se convirtieron en limosna: una dádiva para sobrevivir. El miedo nos susurraba al oído mientras los dueños de siempre se llenaban de dinero.
Y mientras tanto, el bombardeo desde los medios masivos, la publicidad y el marketing, se intensificó. La idea del éxito material rápido y fácil se impuso sin resistencia. Un hombre no podía ser exitoso sin dinero. Para ser había que tener. ¿Y cómo tener, entonces? ¿Laburando? El delito – a toda escala – se convirtió en la puerta al éxito. Robar era tener. Robar era ser. Un desocupado era – y es aún - un no ser.
La gente con algo le empezó a tener miedo a la gente sin nada. La gente sin nada empezó a querer algo de los que tenían algo. Y como no lo podía tener laburando, lo fue a buscar robando. “¿Dónde está el gobierno que no nos cuida?” “No hacen nada para frenar a los chorros”. La clase media reaccionó y le empezó a pedir protección al Estado. El mismo Estado que años atrás había promovido la desprotección. Fue la fundación oficial de la “inseguridad”.
La inseguridad no trajo el miedo. Fue al revés: el miedo generó la inseguridad. Ese miedo que crearon para hacernos más manipulables, más individualistas, más desconfiados, más discriminadores, más dóciles, más previsibles, más ignorantes.
Padres e hijos, nietos y abuelos, amigas y amigos, vecinas y vecinos, la diva y el conductor; todos somos criaturas de los inventores del miedo.
La solución a “la mayor preocupación de los argentinos”, tal vez, comience por reconocer cómo se generaron las condiciones para que hoy exista eso que llamamos “inseguridad”. A partir de ese reconocimiento podría iniciarse la construcción de una nueva sociedad donde el trabajo, la lucha y la solidaridad sean sinónimos de progreso. Una tarea que no es de la policía ni de un gobierno. Es de todos.

                                                                       Gabriel Prósperi. Periodista.

                                                                       13 de marzo de 2011.

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