martes, 20 de diciembre de 2016

20 DE DICIEMBRE. GUSTAVO

            Son las 16:22. La guardia de infantería retrocede hacia la Plaza de Mayo. Los efectivos de comisaría se repliegan luego de usar sus escopetas cargadas con plomo. Los manifestantes más osados avanzan. Saben que hay heridos; que hay muertos. Están enardecidos. Cuatro pibes de bermudas y torsos desnudos sacuden un cartel de señalización y lo arrancan de cuajo. Van con todo contra los blíndex polarizados. ¿Hay alguien adentro? Qué importa. No buscan hacer daño por el daño mismo: expresan el clímax de la bronca callejera contra el enemigo a la vez simbólico y real: la fachada de un banco transnacional. El blíndex sede y estalla. Al instante, se escucha una ráfaga de disparos. Y otra. Y otra. Los pibes del cartel y otros tantos corren despavoridos. Todos escapan, menos uno. Gustavo Benedetto está boca abajo y no se mueve. Lleva una bermuda y una remera en la cabeza. Está en cueros. La sangre empieza a brotar de su cabeza. Ya está muerto. La bala 9 milímetros atravesó su cráneo. La autopsia hablará de un sólo orificio de ingreso y salida. Cuando la balacera se apaga vienen en su auxilio otros jóvenes. Ya nada se podrá hacer. Una ambulancia del SAME llega al lugar a las 16:36. Volará por las calles incendiadas hasta el hospital Ramos Mejía. Pero el flaco de La Tablada, de 23 años, ya es la cuarta víctima fatal de la tarde.

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