martes, 20 de diciembre de 2016

20 DE DICIEMBRE. DIEGO

   Aquella tarde, Diego se tomó el colectivo 24 rumbo al centro. Estaba solo. Quería bajarse lo más cerca posible de la Plaza de Mayo. Pero el movimiento represivo de la policía lo empujó hacia la 9 de julio, como a otras cientos de personas. Pasadas las 16:00 estaba a la vanguardia de un grupo que le hacía frente a la barrera de federales que retrocedía hasta Avenida de Mayo y Tacuarí. Disparos secos se escucharon desde la línea policial. Un motoquero cayó mortalmente herido (Gastón Riva). Casi al mismo tiempo, y unos metros más allá, Diego era despedido hacia atrás por un impacto de plomo en el pecho. Otros jóvenes que marchaban a su lado, lo vieron, lo levantaron y corrieron con él a cuestas hacia Bernardo de Irigoyen. Ya lejos del alcance policial, lo dejaron sobre el pasto, en una plazoleta. Diego apenas respiraba; apenas se movía. Los pibes que lo rodeaban pedían a gritos una ambulancia. La asistencia no iba a llegar a tiempo. 
   El 21 de diciembre de 2001, antes de que la claridad del amanecer acaparara la mañana, el paquete con los diarios ya estaba en el kiosco de la esquina de la casa de los Lamagna, el de los amigos de toda la vida de Diego. Cuando tomaron en sus manos el Clarín, la tapa los estremeció. El que aparecía en la foto, tirado boca arriba, era Diego, su amigo, ya sin vida.

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