sábado, 28 de enero de 2017

REVOLUCIÓN


   “Cuentan que hace cien años, ante tanta injusticia y tanta pobreza, Martín Fierro se preguntaba: “Cuándo llegará a estas tierras un criollo a gobernar”. A un siglo de aquella dramática pregunta del gaucho Fierro, podemos decir que ese criollo ha llegado, y ha venido para devolvernos la esperanza de una vida mejor”. Así terminaba la contratapa que levanté del suelo ayer. El libro ya no estaba. Sólo quedaban esas últimas palabras, la foto de los autores y su nombre en el lomo recortado: La revolución productiva.
   Aquel criollo gobernante llegó prometiendo salariazo y terminó siendo uno de los más consuetudinarios representantes políticos de la casta dominante vernácula. No fue el primero. La burguesía nacional, a lo largo del siglo XX, tendió a delegar el poder político, o bien en militares dulcemente adoctrinados en el “verdadero ser nacional”, o bien en políticos profesionales orgánicos democráticamente elegidos para defender sus intereses y aspiraciones... Que por supuesto, siempre fueron y son los intereses y las aspiraciones de todos. Hete aquí el sentido común.
   La burguesía nacional escondió su rostro en los recodos de la historia. ¿Habrá sido por su “fama” anti-argentina? ¿Por su amor a la división internacional del trabajo decidida allá en los admirados salones imperiales y donde ella, blanca, pura y terrateniente, tendría siempre su lugar de privilegio? ¿Habrá sido por su afiebrada pulsión anti-estatal y librecambista? ¿Por su inocultable y visceral repulsión a lo indígena, lo latinoamericano, lo popular? Puede ser. Pero ya no se esconde más. Hoy, la casta dominante, la burguesía nacional, por primera vez en la historia, gobierna el país sin representantes. Hete aquí la novedad.
   Las grandes crisis en el sistema capitalista son ante todo y sobre todo crisis burguesas. Los que tienen el capital para invertir, producir y en definitiva, generar trabajo, no lo hacen. O bien porque no lo tienen más o simplemente porque deciden usarlo de otra manera: fugarlo, esconderlo, ahorrarlo, “timbearlo”, etc. Ergo, el sistema colapsa. ¿Quién surge, entonces, como actor central para hacer andar la “rueda” nuevamente? El Estado. Nos lo enseñó allá arriba y allá lejos y hace tiempo Franklin Roosvelt. Y acá lo aprendimos a la fuerza varias veces, ¿no?. Ahora, ¿cómo reaccionará este nuevo Estado nacional gerenciado cuando acometa una nueva crisis del capital? ¿Habrá espacio para una salida keynesiana? ¿Tendrán la solución los mismos que generarán el problema? Hete aquí la encrucijada.
   Bajar los costos laborales; combatir el déficit fiscal; controlar el gasto público; achicar el Estado; enfriar el consumo interno; abrirse a las importaciones. Consignas de la historia. A su turno, el criollo de la contratapa las hizo bandera. Hoy, un hijo dilecto de la burguesía nacional, también. Aquel llegó prometiendo la revolución productiva. Este, la revolución de la alegría. Por suerte, Charly escribió Cerca de la revolución: “Y si mañana es como ayer otra vez. Lo que fue hermoso será horrible después. No es sólo una cuestión de elecciones. No elegí este mundo, pero aprendí a querer”.

                                                          Gabriel Prósperi. Periodista.
                                                         
                                                           28 de enero de 2017.


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