
Cuenta Homero en la
Ilíada, en su Canto II, que hallábanse los señores y generales aqueos reunidos
en asamblea definiendo los pasos a seguir en Ilión. Hete aquí que tomó el cetro
un tal Tersites, servidor de Aquiles, un deforme, rengo y charlatán personaje
de segundísimo orden. Este buen hombre osó levantar la voz y cuestionar nada
más y nada menos que al “divino” Agamenón, capi di tutti le capi. Odiseo (o
Ulises, como más les guste), machazo general, lo escuchó, enardeció y le
arrebató el cetro. Primero lo denostó delante de todos y luego, le pegó un par
de cetrazos en la espalda y los hombros que hicieron que Tersites no sólo se
callara sino que se doblara en dos y llorara del dolor. Para que le quedara
claro: la palabra le estaba vedada a Tersites y a todos los como él. Punto.
Miles de años
después, en nuestros múltiples ágoras, ¿cuánto de Tersites tenemos? ¿Cuánto
Odiseo hay todavía callándonos y pegándonos en el lomo? ¿Cuánta democracia?
Gabriel Prósperi. Periodista.
24 de diciembre de 2015.
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