
La masacre de Charlie Hebdo fue el emergente de una nueva fase del terrorismo inaugurada, quizás, con las Torres Gemelas. Este 7 de enero, un puñado de fundamentalistas plantó la bandera del pánico en París, alma y corazón del idílico Occidente. Aquel 11-S, otro grupo lo hizo en Nueva York, cerebro y caja de Occidente. El mensaje en ambos casos fue: “No actuamos donde podemos, sino donde queremos”.
En París, las caricaturas funcionaron como excusa ocasional. El objetivo inmediato fue matar a los dibujantes que habían ofendido al Islam. El objetivo ulterior y supremo fue mostrar que podían llegar hasta debajo de la cama de quien sea. El efecto, paralizar de miedo a la sociedad civil; una sociedad civil que en un primer momento repudiaría a los asesinos, pero luego, también, repudiaría e interpelaría a un Estado (“Su” Estado) que no los protege… ¿Qué no los puede proteger? Jaque a la Liberté, égalité, fraternité.
El video del policía ultimado de un balazo en el suelo, indefenso, aceleró los tiempos. El gobierno francés salió a tranquilizar a su pueblo con presuntos culpables entregados o identificados. ¿Fueron ellos? Quién lo sabe. Quién lo sabrá. Los medios replicarán y la Justicia fallará. Para el gobierno de un país central, como Francia, la debilidad política y la incertidumbre social son sus peores enemigas. Los norteamericanos, expertos de la muerte, crearon antídotos más certeros y expeditivos: George W. Bush fue y bombardeó a medio Medio Oriente. Obama, Premio Nobel de la Paz, no le esquiva al bulto. ¿Cuántas Guernicas fueron ya? ¿Cuántas Guernicas más serán? ¿Cuántos Picasso necesitamos? ¿Cuántos Charlie Hebdo faltan?
Gabriel Prósperi. Periodista.
8 de enero de 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario