“¡Alí, bomayé!”, gritaban con
bronca animal. Allí estaban ellos, de a miles, los olvidados de
siempre, vivando al tipo que por primera vez les daba la chance de
ser visibles ante al mundo. Alí iba a pelear a su tierra. La de él
y la de ellos. Alí era mucho más que su campeón: era su líder.
Foreman también era negro, como ellos. Pero Foreman no era como
ellos: era el rostro del enemigo, del hambre, de la esclavitud, del
poder. Había que ganarle, al menos una vez, esta vez.
Y allí, en la puerta del avión,
saludando a la inmensa multitud que lo recibía en el aeropuerto, Alí
se acercó a uno de sus asistentes:
- ¿Qué gritan?
- Alí, bomayé
- ¿Qué...?
- Alí, bomayé... “Alí,
matalo”.
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