“Cuentan que hace cien años, ante
tanta injusticia y tanta pobreza, Martín Fierro se preguntaba:
“Cuándo llegará a estas tierras un criollo a gobernar”. A un
siglo de aquella dramática pregunta del gaucho Fierro, podemos decir
que ese criollo ha llegado, y ha venido para devolvernos la esperanza
de una vida mejor”. Así terminaba la contratapa que levanté del
suelo ayer. El libro ya no estaba. Sólo quedaban esas últimas
palabras, la foto de los autores y su nombre en el lomo recortado: La
revolución productiva.
Aquel criollo gobernante llegó
prometiendo salariazo y terminó siendo uno de los más
consuetudinarios representantes políticos de la casta dominante
vernácula. No fue el primero. La burguesía nacional, a lo largo del
siglo XX, tendió a delegar el poder político, o bien en militares
dulcemente adoctrinados en el “verdadero ser nacional”, o bien en
políticos profesionales orgánicos democráticamente elegidos para
defender sus intereses y aspiraciones... Que por supuesto, siempre
fueron y son los intereses y las aspiraciones de todos. Hete aquí el
sentido común.
La burguesía nacional escondió su
rostro en los recodos de la historia. ¿Habrá sido por su “fama”
anti-argentina? ¿Por su amor a la división internacional del
trabajo decidida allá en los admirados salones imperiales y donde
ella, blanca, pura y terrateniente, tendría siempre su lugar de
privilegio? ¿Habrá sido por su afiebrada pulsión anti-estatal y
librecambista? ¿Por su inocultable y visceral repulsión a lo
indígena, lo latinoamericano, lo popular? Puede ser. Pero ya no se
esconde más. Hoy, la casta dominante, la burguesía nacional, por
primera vez en la historia, gobierna el país sin representantes.
Hete aquí la novedad.
Las grandes crisis en el sistema
capitalista son ante todo y sobre todo crisis burguesas. Los que
tienen el capital para invertir, producir y en definitiva, generar
trabajo, no lo hacen. O bien porque no lo tienen más o
simplemente porque deciden usarlo de otra manera: fugarlo,
esconderlo, ahorrarlo, “timbearlo”, etc. Ergo, el sistema
colapsa. ¿Quién surge, entonces, como actor central para hacer
andar la “rueda” nuevamente? El Estado. Nos lo enseñó allá
arriba y allá lejos y hace tiempo Franklin Roosvelt. Y acá lo
aprendimos a la fuerza varias veces, ¿no?. Ahora, ¿cómo
reaccionará este nuevo Estado nacional gerenciado cuando acometa una
nueva crisis del capital? ¿Habrá espacio para una salida
keynesiana? ¿Tendrán la solución los mismos que generarán el
problema? Hete aquí la encrucijada.
Bajar los costos laborales; combatir
el déficit fiscal; controlar el gasto público; achicar el Estado;
enfriar el consumo interno; abrirse a las importaciones. Consignas de
la historia. A su turno, el criollo de la contratapa las hizo
bandera. Hoy, un hijo dilecto de la burguesía nacional, también.
Aquel llegó prometiendo la revolución productiva. Este, la
revolución de la alegría. Por suerte, Charly escribió Cerca de la
revolución: “Y si mañana es como ayer otra vez. Lo que fue
hermoso será horrible después. No es sólo una cuestión de
elecciones. No elegí este mundo, pero aprendí a querer”.
Gabriel Prósperi. Periodista.
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