Chávez muerto; Bergoglio Papa.
Todo, en sólo una semana. Para los medios conservadores, se fue Chávez, el
demagogo, el populista, el autoritario, el soberbio, el mentiroso. Y llegó
Bergoglio Papa, el humilde, el austero, el cordial, el serio, el dialoguista.
Dos mundos antagónicos. Buenos y malos. ¿El momento justo para el primer Papa
latinoamericano?
Clarín dice que la muerte de
Chávez es “el fin de una era”. ¿El fin de una era sólo para Venezuela? Claro
que no. El fogoneo del enfrentamiento Bergoglio vs. gobierno K es constante. La
energía editorial está puesta en poner a Bergoglio Papa como abanderado de una
megacoalisión anti-K, definitiva y terminal. El frente externo está abierto. La
línea Maginot kirchnerista muestra agujeros. En la trinchera K algunos tiran
granadas y otros sacan la bandera blanca. Cristina, mientras tanto, estará en
primera fila presenciando la entronización en El Vaticano. Desde algunas
redacciones, sociedades rurales, oficinas, sindicatos, tribunales, casas de
gobierno y palacios municipales, se restriegan las manos. Sueñan con ver a la
presidenta besando el anillo papal, arrodillada. ¿Será la foto del principio
del fin de aquella era?
Esta Iglesia sospechada de
corrupción; de silencio y encubrimiento pedófilo; de retroceso en términos de
salud sexual y cuestiones de género; de aval tácito a los atropellos de los
países centrales contra los países periféricos; de ninguneo a los reclamos
anti-colonialistas; ¿será esta Iglesia, digo, la que pueda motorizar y
sustentar espiritualmente un “salto hacia adelante” para nuestros pueblos? En
estos años, se produjeron hitos de cambio social sin precedentes. El matrimonio
igualitario es la evidencia más notoria. Cuando se vayan apagando las emociones
y los cánticos argentino-céntricos, ¿hasta dónde llegará el efecto-Bergoglio?
¿Estará la sociedad dispuesta a volver a un statu quo anterior? Tanto la ola
como el reflujo siempre dejan marcas en la orilla…
A todo esto, ¿qué opinará
políticamente el propio Bergoglio? ¿Dónde estará parado en referencia a los
gobiernos renovadores y reformistas (no me atrevo a decir revolucionarios) sudamericanos
de la última década? Y si su pensamiento se acercara a ellos, ¿cuánto margen de
acción le dejará la propia estructura institucional y dogmática que aceptó
representar? ¿Fue su postura política una condición para elegirlo? ¿Fue su
predisposición a “dar batalla” la que decidió la fumata en su favor? En el
cónclave quedó la mitad de la respuesta. La otra mitad, la develeramos en el
transcurso de su papado.
Yo no fui nunca al Vaticano pero
estimo que hay Wi-Fi. El Papa tendrá oportunidad de chusmear los portales
informativos argentinos. Y si ya lo ha hecho, habrá caído en la cuenta de que
su llegada al trono de San Pedro causó enorme furor patriótico. Y también, un
explosivo furor anti-K. Su asunción pareciera ser la pieza que faltaba, el
golpe de horno final, el milagro caído del cielo para los sectores que pujan y
presagian desde hace años el fin de esto que se ha dado en llamar kirchnerismo.
La muerte de Chávez, la llegada de Bergoglio Papa, los paros de Moyano que se
vienen, la conflictividad social en ascenso y las urnas que esperan en octubre
para que el postre sea la más dulce de las derrotas K. ¿Aceptará Bergoglio Papa
este rol que desde aquí se le quiere dar como actor externo de la vida política
argentina? ¿Será efectivamente el sostén espiritual del Knock out K? ¿O será
que estos que se ilusionan con un plan tan aceitado, en verdad, son más
papistas que el Papa?
Gabriel
Prósperi. Periodista.
16
de marzo de 2013.
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