“Ordenar el desaguisado que nos
habían dejado lleva a tomar decisiones que nos duelen”. Esta
frase del presidente de la nación es el dardo que da en el blanco de
la batalla por la imposición del sentido que divide aguas en la
sociedad. ¿Es verdad que recibió un desaguisado? ¿Es verdad que no
le quedaban otros caminos/medidas dolorosos/as que tomar?
La condena socio-judicial de Jaime, la
detención mediático-policial de Báez y la venidera reaparición de
Cristina Fernández ingresando “a lo Boudou” al salón de la
justicia de Comodoro Py 2002, engordan la hipótesis del desaguisado
padre: la corrupción. “Se robaron todo y por eso ahora todos
tenemos que pagar las consecuencias”. Un amplio espectro de la
sociedad acepta y justifica esta inevitable realidad de “decisiones
que duelen”. Gol del discurso político dominante.
La estrategia de la pesada herencia no es nueva en nuestra historia.
El relato de las decisiones dolorosas pero necesarias, tampoco. “Hay
que pasar el invierno”. “Hemos dado una vuelta de hoja al
intervencionismo estatizante y agobiante”. “Estamos mal pero
vamos bien”. El infierno hoy; el paraíso mañana. La escuela
liberal ha dejado su huella en nuestro pasado mediato e inmediato. El
actual gobierno abreva inocultablemente en sus premisas. El desafío
central de la administración Macri es lograr esquivar los funestos
desenlaces en los que cayeron cada una de aquellas experiencias
pre-existentes. Para disolver esos fantasmas, el propio presidente
reconoce que la confianza de la sociedad en su gestión es esencial.
¿Cuánto agrietará esa confianza el reciente temblor con epicentro
en Panamá?
Las medidas quirúrgicas adoptadas por el gobierno parecen ceñirse
a la más auténtica ortodoxia económica: bajar el déficit fiscal,
frenar la emisión monetaria, desregular tarifas, enfriar salarios,
controlar la inflación bajando el consumo, beneficiar
impositivamente a los sectores más concentrados de la economía,
recurrir al endeudamiento externo, achicar el Estado. La creación de
un ministerio de modernización es toda una declaración de
principios. El gerenciamiento de la actividad pública se rige por
los cánones de la actividad privada. Todo se mide por objetivos. Los
plazos corren por cuenta de quienes planifican. Las evaluaciones,
también. Cuando llegue el tiempo de medir éxitos y fracasos, ¿los
serán para quién?
“Vos que andás diciendo que hay mejores y peores, vos que andás
diciendo qué se debe hacer”. Los Fabulosos Cadillacs dieron en la
tecla para resumir qué es esto del poder y la batalla por la
imposición del sentido. El presidente y su “mejor equipo de la
historia” dicen y hacen lo que se debe hacer. Las medidas duelen,
sí. Pero tienen su láudano: los rostros del “desaguisado”
entrando de a uno al salón de la justicia de Comodoro Py 2002.
Gabriel Prósperi. Periodista.
7 de abril de 2016.
7 de abril de 2016.
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