Ya no hay botas
pisando las calles de lo que fue Santiago ensangrentada. Ya no hay bombas
amenazando con llover sobre Buenos Aires. Ya no hay tanques vigilando los
jardines ricos de Asunción. Ya no hay tristes títeres con corbata en el Palacio
Estévez de Montevideo. Ya no hay puertas de cuarteles que golpear. Ya no hay vetustos
fusiles que nos apunten. Hoy, disparan con títulos desde feroces tapas o
revanchistas videograph.
Al leer los
diarios santiaguinos por internet siempre se trasluce ese aroma a añoranza por
los ordenados y coquetos tiempos del general Pinochet Ugarte. Tiempos de sangre
ocultos bajo el verde césped del Estadio Nacional; gritos de dolor masivo silenciados
sin remordimientos con tinta negra y alcahueta. Esa misma tinta hoy se regodea
con la renuncia del hijo de la presidenta Bachelet, cubierto por la sombra de
la corrupción por un crédito dudoso. Las voces del pasado se envalentonan y
piden explicaciones más arriba. El hijo, la nuera y por qué no, la madre
presidenta. Todavía no pasó un año de la asunción de su segundo mandato. La
mancha promete crecer, y que mejor que la tinta para que una mancha crezca.
Popular, sí. Elegida
en elecciones libres, sí. Ratificada en su cargo, sí. Pero en jaque. “¿Puede el
escándalo de corrupción en Petrobrás terminar con el gobierno de Dilma Roussef?”,
se pregunta – y casi responde – el Financial Times. Las coimas millonarias,
según la investigación judicial, entre altos jefes de la compañía estatal y empresas
contratistas tendrían años de vigencia. Dilma asegura no saber nada. Pero el
establishment ya la obligó al ajuste. Los voceros de la debacle festejan. El
escándalo se derrama. La presidenta fuerte del país más poderoso de América
Latina se muestra débil. La muestran débil. El salvavidas, le susurran al oído,
está en el Norte, ya no acá, en el barrio sudamericano.
La historia de
Uruguay no debe contar con presidente más austero que “Pepe” Mujica. El recurso
de la corrupción, con él, no va. Sin embargo, los editorialistas del almidonado
diario El País han sabido componer día tras día nuevos argumentos para detonar
su gobierno. Hoy, a días de concluirlo, no dejan de bombardearlo. Eso sí, ya
advierten a Tabaré que serán igual de impiadosos si los lineamientos de su
segundo mandato siguen “atentando contra lo más básico del ser nacional de los
uruguayos”. Tabaré, diligente, ya anunció que abrirá nuevos canales de diálogo
con la oposición. Oposición blanca y colorada que no puede siquiera acercarse
al Frente Amplio en las urnas hace más de una década. Lecciones de democracia,
y por supuesto, de libertad de ex – presión mediática.
De este lado del
charco, por orden de aparición, el impacto del atentado Charlie Hebdo, la
denuncia de Nisman, la muerte-suicidio-asesinato de Nisman, los graph rojos
bermellón de TN, los cachetes rojos bermellón de varios comentaristas
indignados, los negros titulares catástrofe de la catástrofe que parece llegar
pero no llega, la incitación a una marcha que deberá llamar a otras marchas, y
a otras, y a otras para que la que “marche” sea la cabeza de un gobierno calificado
sin contemplaciones por periodistas de peso pesado como el “más corrupto de la
historia”.
Y así, el famoso cono
sur, como quien no quiere la cosa, parece nuevamente atenazado. El viejo Tío
Sam, desde allá arriba, alguna vez instruyó a serviles militares para instaurar
y perpetrar el espíritu cristiano amenazado por el maligno espíritu rojo. Hoy
ya no hay amenaza roja. Apenas, nuevos vientos latinoamericanistas. Peligrosas
desviaciones de aquella máxima inmortal del presidente Monroe: América para los
americanos. Fuimos, somos y debemos ser su patio de atrás. Por eso, esta vez, sólo
basta con un correctivo. Un cachetazo dado a tiempo por los siempre bien
predispuestos medios masivos. Cualquier grano de arena se convertirá en roca. Cualquier
rajadura será grieta.
Hoy, como ayer, asoma
un plan. Aquel, sanguinario, fue llamado Plan Cóndor. El de hoy se mira, se lee,
se sufre, se festeja, como una historieta. El final pretendido es la debacle en
cadena de estos molestos gobiernos. La caída de un sueño continental. Como la intempestiva
y fulminante caída de espaldas en cada final de “Condorito”. ¡Plop!.
Gabriel
Prósperi. Periodista.
13
de febrero de 2015.
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