viernes, 13 de febrero de 2015

EL PLAN "CONDORITO"

                    

                Ya no hay botas pisando las calles de lo que fue Santiago ensangrentada. Ya no hay bombas amenazando con llover sobre Buenos Aires. Ya no hay tanques vigilando los jardines ricos de Asunción. Ya no hay tristes títeres con corbata en el Palacio Estévez de Montevideo. Ya no hay puertas de cuarteles que golpear. Ya no hay vetustos fusiles que nos apunten. Hoy, disparan con títulos desde feroces tapas o revanchistas videograph.
                Al leer los diarios santiaguinos por internet siempre se trasluce ese aroma a añoranza por los ordenados y coquetos tiempos del general Pinochet Ugarte. Tiempos de sangre ocultos bajo el verde césped del Estadio Nacional; gritos de dolor masivo silenciados sin remordimientos con tinta negra y alcahueta. Esa misma tinta hoy se regodea con la renuncia del hijo de la presidenta Bachelet, cubierto por la sombra de la corrupción por un crédito dudoso. Las voces del pasado se envalentonan y piden explicaciones más arriba. El hijo, la nuera y por qué no, la madre presidenta. Todavía no pasó un año de la asunción de su segundo mandato. La mancha promete crecer, y que mejor que la tinta para que una mancha crezca.
                Popular, sí. Elegida en elecciones libres, sí. Ratificada en su cargo, sí. Pero en jaque. “¿Puede el escándalo de corrupción en Petrobrás terminar con el gobierno de Dilma Roussef?”, se pregunta – y casi responde – el Financial Times. Las coimas millonarias, según la investigación judicial, entre altos jefes de la compañía estatal y empresas contratistas tendrían años de vigencia. Dilma asegura no saber nada. Pero el establishment ya la obligó al ajuste. Los voceros de la debacle festejan. El escándalo se derrama. La presidenta fuerte del país más poderoso de América Latina se muestra débil. La muestran débil. El salvavidas, le susurran al oído, está en el Norte, ya no acá, en el barrio sudamericano.
                La historia de Uruguay no debe contar con presidente más austero que “Pepe” Mujica. El recurso de la corrupción, con él, no va. Sin embargo, los editorialistas del almidonado diario El País han sabido componer día tras día nuevos argumentos para detonar su gobierno. Hoy, a días de concluirlo, no dejan de bombardearlo. Eso sí, ya advierten a Tabaré que serán igual de impiadosos si los lineamientos de su segundo mandato siguen “atentando contra lo más básico del ser nacional de los uruguayos”. Tabaré, diligente, ya anunció que abrirá nuevos canales de diálogo con la oposición. Oposición blanca y colorada que no puede siquiera acercarse al Frente Amplio en las urnas hace más de una década. Lecciones de democracia, y por supuesto, de libertad de ex – presión mediática.
                De este lado del charco, por orden de aparición, el impacto del atentado Charlie Hebdo, la denuncia de Nisman, la muerte-suicidio-asesinato de Nisman, los graph rojos bermellón de TN, los cachetes rojos bermellón de varios comentaristas indignados, los negros titulares catástrofe de la catástrofe que parece llegar pero no llega, la incitación a una marcha que deberá llamar a otras marchas, y a otras, y a otras para que la que “marche” sea la cabeza de un gobierno calificado sin contemplaciones por periodistas de peso pesado como el “más corrupto de la historia”.
                Y así, el famoso cono sur, como quien no quiere la cosa, parece nuevamente atenazado. El viejo Tío Sam, desde allá arriba, alguna vez instruyó a serviles militares para instaurar y perpetrar el espíritu cristiano amenazado por el maligno espíritu rojo. Hoy ya no hay amenaza roja. Apenas, nuevos vientos latinoamericanistas. Peligrosas desviaciones de aquella máxima inmortal del presidente Monroe: América para los americanos. Fuimos, somos y debemos ser su patio de atrás. Por eso, esta vez, sólo basta con un correctivo. Un cachetazo dado a tiempo por los siempre bien predispuestos medios masivos. Cualquier grano de arena se convertirá en roca. Cualquier rajadura será grieta.
                Hoy, como ayer, asoma un plan. Aquel, sanguinario, fue llamado Plan Cóndor. El de hoy se mira, se lee, se sufre, se festeja, como una historieta. El final pretendido es la debacle en cadena de estos molestos gobiernos. La caída de un sueño continental. Como la intempestiva y fulminante caída de espaldas en cada final de “Condorito”. ¡Plop!.

                                                               Gabriel Prósperi. Periodista.

                                                               13 de febrero de 2015.

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