“Ni vencedores ni vencidos”, dijo como pudo el
golpista Eduardo Lonardi ante una asombrada multitud en Plaza de Mayo. A su
lado, los otros generales y almirantes golpistas lo miraron de reojo y se
miraron entre sí. Lonardi duró dos meses como presidente. Un contragolpe
palaciego le dejó en claro para qué habían llegado a sangre y fuego al poder.
Lonardi soñaba y
hablaba de un neoperonismo sin Perón. “Recuperar lo bueno que se hizo y
corregir lo malo”, decía y se decía. Pero él no había llegado allí, a la Casa
Rosada, solo. Él y sus compañeros de armas tenían una misión: matar al perro y
acabar con la rabia. Es decir, volver a la “normalidad”. Se debía hacer lo que
se tenía que hacer: lo que el poder rural, financiero, transnacional, decía que
había que hacer. Estado benefactor, no. Estado gerenciador, sí.
Congelamientos salariales;
sueldos por productividad; intervención sindical; persecución ideológica;
desapariciones; fusilamientos. Las herramientas civilizadoras del postperonismo
fueron variadas. El adoctrinamiento les llevó 28 años, cuatro dictaduras y
cuatro gobiernos civiles. Y aún después del ‘83, volvieron con más. Alguien no
los iba a defraudar...
Hoy, regresa el
concepto de “normalidad”. Varios dirigentes con proyección nacional pregonan el
retorno a un “país normal”. Para esos dirigentes el país que hoy tenemos es
anormal, aunque resbalan recurrentemente al intentar explicar en qué consiste
esa anormalidad. Sea como sea, el regreso a un status quo perdido viene a copar
la parada del paradigma discursivo de estos tiempos con olor a fin de ciclo. ¿A
quién interpelan cuando hablan de regreso a la normalidad? ¿Quién es el
destinatario del discurso cuando se habla de “rescatar lo bueno y corregir lo
malo”? ¿Le hablan al pueblo o a aquellos que deben dar algún visto bueno?
¿Representantes del pueblo o representantes de empresas?
La era K fue (y aun
es) una etapa de definiciones. En estos 10 años, el Estado, como agente
político, social y económico, fue el actor central del devenir de la Nación. La
iniciativa siempre estuvo en el gobierno. Expropiarles YPF a los españoles para
luego pactar atosigadamente con los norteamericanos conforma sin dudas un paso
contradictorio y antipático, tal vez erróneo. Pero es un paso dado por el
Estado, sin condicionamientos externos o internos, en función de intereses
públicos. Lo mismo atañe para otras áreas, como el mercado del dólar, la
política arancelaria, la de seguridad, etc. Cuesta hallar en la historia
argentina esta correlación de fuerzas entre poder político público e intereses
corporativos o sectoriales privados.
La apelación al “país
normal” suena a Estado gerente, no a Estado jefe. A Estado que acata, no a
Estado que ordena. Por ahora, el candidato que más votos sacó en el país habla
de “recuperar lo bueno y corregir lo malo”. Todavía no ganó más que el derecho
a marcar un nuevo camino. Si más adelante, a través de las urnas, derrota
definitivamente al perro, quedará en él correr el riesgo de reconocer a los
vencidos o aceptar tranquilamente lo que ya varios piden, ansiosos: terminar
con la rabia.
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