7-O… 8-N… 7-D… Parecen coordenadas de un viejo juego de mesa,
pero no. Habrá hundidos y tocados de verdad. Quiénes serán unos y otros, la
historia lo determinará muy pronto. Pero hasta tanto, quisiera aportar una
lectura de lo que se está decidiendo en estos días agitados. El domingo (7-O) se
define mucho más que una elección presidencial en Venezuela. Se juega el futuro
de un proyecto y, para muchos, de una esperanza en marcha. Una eventual derrota
de Chávez y una victoria del candidato Capriles confirmarían el regreso por la
puerta grande de la reacción liberal en Sudamérica.
Hasta 2010,
Colombia aparecía como el único bastión fuerte del conservadorismo en el
sub-continente. Pero con la victoria de Piñera, en Chile, se inició un proceso
de “restauración” derechista de vertiginoso crecimiento. En Paraguay, el golpe
de estado contra Lugo se maquilló con la más descarada mácula constitucional.
En Perú, Ollanta Humala llegó al poder con la esperanza de una renovación política
bajo el brazo, pero a esta altura parece más una continuidad del gobierno de
Alan García, aplaudido tanto por los centros financieros mundiales como por
Mario Vargas Llosa. En Bolivia, la tendencia golpista de los líderes
separatistas de los estados del oriente rico sigue latente. En Ecuador, Correa está
en guerra con las empresas mediáticas más poderosas y hace unos meses, estuvo
al filo de la destitución a partir de una insurrección policial con evidentes
tentáculos políticos. En Uruguay, Pepe Mujica debe lidiar todos los días con
las editoriales más virulentas y mordaces del diario más consumido del país. El
PT, en Brasil, tambalea como fuerza política hegemónica: más allá de sostener
la primera magistratura, este domingo podría tener un duro revés en los
comicios municipales. Analizada en este contexto, la elección venezolana sólo
puede leerse como una bisagra histórica.
El eje Venezuela-Brasil-Argentina
representa hoy la garantía de la continuidad de proyectos nacionales, populares
y anti-imperiales que, con infinidad de tropiezos y errores, llevaron y llevan
adelante los gobiernos de Chávez, Lula-Roussef y Kirchner-Kirchner. La derrota
de Chávez dejaría casi mortalmente herida esa alianza continental. El deseo de
que esto ocurra trasciende con holgura las fronteras venezolanas. En efecto, mirado
desde Argentina, el fracaso de Chávez podría ser el preámbulo del fin del
kirchnerismo. Muchos se ilusionan y se restriegan las manos. El grupo Clarín
envió a Caracas a quien hoy es su principal portavoz mediático, Jorge Lanata. El
ex director de Página/12 no viajó sólo como cronista: fue como veedor invitado
de Capriles. En el marco de la tensión social y política de los últimos días, ratificados
con el conflicto de los efectivos de Prefectura y Gendarmería, imaginemos la
influencia que tendría una derrota del chavismo en las dos fechas “claves” que
se vienen: primero, el amenazante 8-N cacerolero y luego, el decisivo 7-D “clarinista”
(con D de “desinversión”).
Chávez fundó su histriónico
gobierno en un presunto socialismo de nuevo cuño. Más allá de las apariencias,
es innegable que benefició, atendió y asistió a sectores populares venezolanos eternamente
postergados. El presidente bolivariano prevaleció dos veces en las urnas y
hasta resistió un golpe de estado que parecía consumado. Pero al menos para
algunos encuestadores, hoy su liderazgo está amenazado como nunca antes. El
acompañamiento incondicional de aquellos sectores populares ya no parece ser
suficiente para definir claramente la elección. Allá, acá y en toda América,
este domingo se juega el futuro de un proceso que incluye a millones de
personas. Aquella frase tomada prestada del ideario revolucionario cubano, que
tantas veces fuera usada por Chávez para cerrar estruendosamente sus discursos,
también está en disputa: Patria o muerte… ¿venceremos?.
Gabriel
Prósperi. Periodista.
4
de octubre de 2012
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