Los ciudadanos estadounidenses no votaron mirando al
futuro; votaron mirando al pasado. A un pasado añorado: la era Reagan. ¿Trump
es Reagan?
En la consideración del Homero medio, el de Ronald
Reagan fue el mejor gobierno que jamás ha tenido. Hacia el interior del país,
hubo un crecimiento histórico de la actividad industrial, casi pleno empleo, mayor
capacidad de consumo y menor presión tributaria. Y a nivel internacional, Reagan
lideró la restauración de una agresiva política del garrote que colocó
nuevamente a los Estados Unidos a la ofensiva contra el enemigo rojo del Este.
Como dijo el bueno de Ronald (que no es McDonald): “Hagamos a Estados Unidos
grande otra vez”. Como lo repitió el bueno de Donald (que no es el Pato):
“Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”.
Reagan y Trump tienen un no-origen común: exógenos
de la casta política tradicional. Reagan fue un olvidable actor que devino primero
en gobernador y luego en presidente. Trump, un excéntrico empresario que se
cansó de la monocorde vida de megamillonario y que eligió ir por la aventura de
la Casa Blanca. ¿Qué mejor referente para el renacer del “american way of life”
que un tipo que realizó todo lo que se propuso… Hasta ser presidente?
Allá afuera, el mundo arde. El fuego todavía no
prende cerca. Pero si empezara a quemar, qué mejor que un
anti-todo-lo-extranjero para estar a resguardo. Trump será el bombero del
incendio que Hillary ayudó a madurar. ¿Quién no pensaría así si viviera allá,
arriba, donde se corta, se cocina y se come el bacalao?
El slogan de este election day bien podría ser el
furcio de una candidata electa por estas pampas hace muy poco: “cambiamos
futuro por pasado”.
Gabriel
Prósperi.
9
de noviembre de 2016.
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