viernes, 14 de septiembre de 2012

DISTINTOS ANTE LA LEY


   Clan, clan, clan, clan… Reforma constitucional: temor de multitudes; repudio de multitudes. No a la reelección de Cristina “Chavez” de Kirchner. La ley de leyes no se toca. No se debe tocar. Es un ataque a la institucionalidad. Un ataque tan grave como el que se quiere infligir a la libertad de expresión. Libertad de expresión jaqueada por otra ley. Clan, clan, clan, clan… No a la ley de medios. Ley votada por el Congreso de la Nación, por senadores y diputados elegidos por millones, pero mala. Ley debatida a lo largo y ancho del país en plenarios sociales ejemplares, pero mala. ¿Mala para quién? ¿La ley es buena o mala según convenga? La ley es buena o mala según convenga.

                                   Gabriel Prósperi. Periodista.
                                   15 de septiembre de 2012.

GENTE


Clan, clan, clan, clan…. “Suenan las cacerolas de la gente”, dice el conductor de rostro adusto. “La gente salió a la calle”, comenta su condescendiente morocha compañera. La “gente”, dicen. No dicen manifestantes. Los manifestantes tienen que justificar su protesta. Son cuestionables, repudiables, reprimibles. La gente es víctima. Y tiene razón, siempre. Como los clientes… como los clientes.                                         

Gabriel Prósperi. Periodista.      
14 de septiembre de 2012.

sábado, 8 de septiembre de 2012

CRISTINA, DIOS Y VOS


            El último discurso de la presidenta Fernández de Kirchner, el jueves 6 de septiembre, fue visto por casi nadie. Y sin embargo, su impacto en las redes sociales fue brutal. Todo, por una frase en la que Cristina dijo que había que tenerle miedo a Dios y, un poquito, a ella. ¿De qué habrá estado hablando cuando dijo eso? ¿En qué marco lo expresó? “Y qué importa eso”, podrán preguntar muchos de los que opinaron al respecto en el cyber-ágora facebuquero. Yo creo que sí importa, porque el conocimiento del contexto en que fue dicha la frase nos daría la certeza de evaluarla correctamente en alguno de los sentidos delineados en los indignados comentarios virtuales; a saber: la presidenta se cree la reencarnación de Nefertiti; quiere fundar una teología kirchnerista – camporista, o simplemente, es una delirante trasnochada-mentirosa-revanchista-setentista-montonerista y todos los “istas” que se quieran.
            En función de esa búsqueda, me sigo preguntando: ¿de dónde se empezó a reproducir la frase de la discordia? ¿Fue alguien – fundamentalista o alienado, sin dudas – que se comió todo el discurso, fue sorprendido hasta la conmoción por la frase y comenzó a expandirla por Twitter? ¿O fue algún medio opositor que, sagazmente, eligió atacar por ese lado? Si nos inclinamos por esta última opción, vale la pena detenerse en lo siguiente: Julio Blanck, editorialista de Clarín, escribió ayer, viernes 7 de septiembre, que la cadena nacional del lunes precedente había sido un fiasco televisivo: “…el rating del aire cayó casi 20 puntos… Se produjo el milagro: la audiencia sumada de los cables superó por poco a los canales de aire”. Esto quiere decir, según Blanck, que a Cristina no la quiere ver nadie porque no interesa lo que dice o porque simplemente produce rechazo su sola presencia mediática. La paradoja surge sola: nadie la quiere escuchar pero una sola frase suya puede provocar un aluvión de críticas en las libertarias ciento y pico de letritas de un twitt o en los emancipadores “me gusta” del Facebook.
            Esta simple concatenación de ideas – que espero no sea tan tediosa como una cadena – nos pone ante un interesante intríngulis que se expande inexorablemente en nuestros tiempos tinéllico-pachanescos: sacamos conclusiones y emitimos opiniones de algo o de alguien con datos demasiado escuetos; nos hacemos eco y le ponemos nuestra firma a sucesos y palabras cocinadas, maceradas y servidas por otros. ¿No le estaremos dando de comer a polémicas intencionadas que sólo apuntan a naturalizar malhumores sociales? ¿No seremos barriletes en el viento de la manipulación?
            En el prólogo de un libro que leí alguna vez, se planteaba un atrapante debate entre dos formas de ver el mundo, resumidas en dos dilemas antagónicos. El primero, rezaba lo siguiente: cómo es posible que el hombre pueda conocer tanto frente a tan poca información que le brinda su entorno. El segundo, pregonaba exactamente lo contrario: cómo sabemos tan poco ante tanta realidad disponible allí para indagar. ¿Bajo el paraguas de cuál de estos dilemas nos cobijamos mejor cada uno de nosotros, entes libres y pensantes, a la hora de opinar, twittear y “megustear”? La forma en que abordamos polémicas como la blasfema frase de Cristina nos puede acercar a una respuesta. Amén.

                                                                            Gabriel Prósperi. Periodista.
                                                                            8 de septiembre de 2012.